Sapporo Stadium, Japon
Hiroshi Hara 

Sapporo Stadium, Japon

Hiroshi Hara 


Vicente Díez Faixat

Un recinto cerrado durante la celebración de los partidos. La solución consistió en la creación de un esquema de ‘arenadual’ (dos campos de juego, exterior e interior, que pueden situarse uno al lado del otro) y en la introducción de un ‘escenario colgante’ cuyos lados miden las longitudes de un campo reglamentario (120,10 y 85,10 metros), con un espesor de 1,38 metros y un peso superior a las 8.700 toneladas que, descansando sobre un colchón de aire a 1,08 atmósferas, ve reducido su peso a la décima parte. La aplicación de la ingeniería naval lo hizo posible.»

El contenedor es una bóveda ovoide y plateada de 53.000 metros cuadrados, quizá la mayor construida nunca en Japón, una «concha tranquila» que parece flotar ligera sobre el césped, casi sin peso, con capacidad para acoger 42.831 espectadores en grandes conciertos, así como en partidos de béisbol y fútbol.

Maniobra naval
El campo de deportes respira habitualmente en el exterior y, cuando es necesario, como una topografía móvil o un gigantesco overcraft, se desliza sobre su cama de aire hacia el interior del estadio, accede por su lado menor y, una vez dentro, gira 90º hasta encajar entre los graderíos móviles y giratorios (4.000 asientos complementarios que colmatan el espacio disponible para el aforo). Todos los espectadores pueden disfrutar de una visión completa del espacio, sin interrupciones, específicamente adaptada a los diferentes condicionamientos de un concierto multitudinario, un partido de béisbol o un encuentro de fútbol entre Inglaterra y Argentina. Y la propia adaptación a cada uso es ya de por sí un evento digno de ser contemplado, una maniobra casi naval cuya duración no es en ningún caso superior a las dos horas. Hara ha incluido elementos formales ya ensayados en proyectos anteriores, que dan al conjunto una complejidad aparente y crean numerosos focos de atracción: recorridos quebrados que facilitan los efectos sorpresa; colores vivos y materiales lujosos; miradores imposibles; puentes hacia el exterior; observatorios, pórticos y galerías; zonas comerciales y de encuentro; servicios anejos; elementos escultóricos y chimeneas de aireación que son casi la firma de su autor. En suma, una ciudad completa con sus calles y sus plazas, una ‘carcasa serena’ sobre la nieve, un ‘jardín de sonidos’ que remite a la obra homónima del compositor Toru Takemitsu: escuchar música es lo más parecido a pasear por un jardín.

Y Hara define este proceso no como «planificación» sino como «jardinería», la creación de una arquitectura que se va modificando con el paso del tiempo, una arquitectura con varias fases, un ‘modo’ variable inherente a la propia arquitectura y que ésta hace a su vez posible en sus diversas modalidades. Inventa un concepto que él mismo denomina ‘clopen = closed + open’, intraducible al idioma castellano —poco apto para neologismos mixtos— y que equivaldría a algo así como ‘abierrado’ o ‘cerrabierto’: la concha tiene una gran boca capaz de tragarse de un solo bocado el campo de deportes entero, boca que, una vez concluido el proceso, es cerrada mediante dos enormes labios transparentes, gigantescas compuertas deslizantes.

Otra vez nos adentramos en viejos conceptos familiares en la obra de Hiroshi Hara, la idea de la arquitectura como una «máquina para manipular el tiempo» y capaz de producir «límites ambiguos», la arquitectura como una definición de zonas intermedias o como el ecuentro, la frontera difusa entre un exterior dado y un interior construido... y también surgen los espacios ambiguos y afuncionales de borde, que en la arquitectura tradicional japonesa reciben la denominación de engawa, y que en nuestro caso engloban también otros conceptos clásicos tales como shakkei (paisaje prestado) y tsukimidai (plataforma para contemplar la luna). Allí, todos los espectadores, confortablemente acomodados en sus asientos, en óptimas condiciones de temperatura y de humedad, y bajo una acústica controlada saben que cuando la «concha tranquila» abra Nadie duda hoy en Japón que Hiroshi Hara es, ante todo, un auténtico maestro de varias generaciones de arquitectos; alguien capaz de transmitir entusiasmo con su vasta cultura, y cuyas lecciones ayudan a entender que la arquitectura está ahí, siempre presente, en la música, en la gastronomía, en las fortalezas de barro del Atlas marroquí o las utopías extraterrestres. Algo parecido, en resumen, a lo que en España supusieron las figuras de Alejandro de la Sota y Francisco Sáenz de Oíza.

Sapporo es la capital de Hokkaido, la más septentrional de las grandes islas del archipiélago japonés, con un clima gélido en invierno, famosa por sus festivales anuales con gigantescas figuras de hielo en sus calles, y también por la organización de las Olimpiadas de Invierno en 1972. La región carecía de un gran espacio para eventos deportivos, un recinto necesariamente protegido de las duras inclemencias del tiempo. El Campeonato Mundial de Fútbol 2002 proporcionaba la oportunidad para construir un estadio polivalente, cerrado y de grandes dimensiones, en el que celebrar acontecimientos variados y multitudinarios. Y así, en 1996 se convocó un concurso en el que Hiroshi Hara resultó vencedor.

Sorprende de Hara su sobriedad en las pequeñas actuaciones (el aura limpia que desprenden las viviendas cúbicas que ha construido recientemente en un entorno natural priviegiado), pero también su capacidad para abordar la gran escala con apenas un gesto, como hizo en el atrio central de la estación de Kioto (1997). Sabe cómo hacer amables las escalas más...[+]


Obra
Sapporo Dome. 

Cliente
Ayuntamiento de Sapporo. 

Arquitectos
H. Hara y Atelier Phi. 

Consultores
M. Sasaki, Y. Tanno, O. Hosozawa (estructura); H. Takai, T. Ichihashi (instalaciones); T. Tsujii (paisajismo); H. Shoji (iluminación). 

Contratista
Taisei; Takenaka Corporation; Schal Bovis. 

Fotos
Tomio Ohashi