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España Exporta. Fecundada a lo largo de su historia por otras culturas, la arquitectura de la Península Ibérica ha conocido durante los últimos veinte años una ‘invasión’ de talento foráneo. Si lo más significativo de la primera mitad del siglo xx fue el exilio causado por la Guerra Civil, el último tramo se caracteriza por una internacionalización del panorama construido que sólo tiene una contrapartida desigual en el éxito que alcanzan fuera figuras como Bofill, Moneo, Calatrava y Miralles. El proceso para equilibrar la balanza entre importación y exportación arquitectónica no ha hecho más que empezar; aquí se ofrece una crónica provisional de esta creciente proyección exterior.
Sumario
Luis Fernández-Galiano
Península sin perímetro
David Cohn
La marca ‘España’
Rafael Moneo, Cambridge
Juan Navarro, Amersfoort
Carlos Ferrater, Venecia
Nieto y Sobejano, Halle
Ábalos y Herreros, Miami
Carme Pinós, Puerto Vallarta
Tema de portada
De Edimburgo a Berlín. En las formas fragmentadas del Parlamento proyectado por Miralles y Tagliabue cristaliza el sentimiento nacional escocés, en tanto que el perfil montañoso de la ampliación basilense de Cruz y Ortiz redibuja el horizonte urbano. Y si la geometría mineral de la sede bancaria de Josep Lluís Mateo en Chemnitz busca la integración del edificio en el parque, la factura cristalina del museo de Guillermo Vázquez Consuegra en Génova aspira a conciliar el pasado y el presente de su puerto. Finalmente, las actuaciones de Francisco Mangado en Burdeos y de AMP en Berlín buscan crear nuevos espacios públicos: en la ciudad francesa se extiende una alfombra de granito sobre la plaza de la catedral; y en la capital alemana se recupera una barcaza de las que recorrían el Spree para habilitar una piscina itinerante.
Arquitectura
Miralles y Tagliabue
Parlamento escocés, Edimburgo
Cruz y Ortiz
Estación ferroviaria, Basilea
Josep Lluís Mateo
Sede del Bundesbank, Chemnitz
Guillermo Vázquez Consuegra
Museo del Mar, Génova
Francisco Mangado
Plaza Pey-Berland, Burdeos
Artengo, Menis y Pastrana
Piscina en el Spree, Berlín
Argumentos y reseñas
Adiós a Jacques Derrida. La arquitectura se dejó seducir por la teoría de la deconstrucción alumbrada por el pensador francés recientemente desa-parecido, pero de aquel movimiento estético sólo quedan cenizas.
Arte / Cultura
Luis Fernández-Galiano
Deconstrucción ‘in memóriam’
François Chaslin
Derrida arquitecto
Abramovitz y Barnes póstumos. Una exposición de Max Abramovitz inaugurada tras su muerte y la última entrevista con Edward Larrabee Barnes recuerdan la contribución de ambos norteamericanos al legado moderno.Ana María Torres
Método corporativo
Iñaki Bergera
La continuidad modernaUn lustro en mil edificios. La editorial Phaidon ha hecho realidad un ambicioso proyecto: un colosal atlas en el que la arquitectura más reciente se presenta como expresión de la cultura de la globalización.Historietas de Focho
César Portela
Autores varios
LibrosÚltimos proyectos
Carlos Jiménez, tres obras. Houston, ciudad de adopción del costarricense, y el encargo doméstico marcaron el comienzo de una trayectoria cuya evolución se manifiesta en tres obras recientes: el Centro de Arte Peeler, que extiende la trama urbana de un idílico campus de Indiana; la casa Crowley, cuya planta en forma de Z se vuelca hacia el paisaje del desierto tejano; y la sede de la empresa Irwin Mortgage en la periferia de Indianápolis, un edificio ‘infraestructura’ donde todo se supedita a la eficacia del espacio de trabajo.
Técnica / Diseño
Stephen Fox
El don de la simplicidad
Comunión contextual
Centro Peeler, Greencastle
Los dominios del aire
Casa Crowley, Marfa
Un perfil empresarial
Irwin Mortgage, Indianápolis
Para terminar, el decano del Colegio de Arquitectos de Madrid analiza el mercado de la vivienda en España, con una oferta en la que escasea el valor arquitectónico y una demanda testarudamente enfocada hacia la inversión.Resumen en inglés
Spanish Exports
Ricardo Aroca
El lujo de habitar
Luis Fernández-Galiano
España importa
España exporta; pero sobre todo, España importa. Si existiera una balanza comercial de arquitecturas, no cabe duda de que la nuestra sería deficitaria. Nos gusta pensar que los arquitectos españoles experimentan un momento dulce de reconocimiento internacional y, en efecto, el éxito de la transición democrática y el fervor de las efemérides de 1992 atrajeron la atención sobre esta península periférica, que se exhibió complacida en la pasarela de la Barcelona olímpica. Sin embargo, la popularidad ganada desde entonces —manifiesta en la presencia frecuente de españoles en los premios, revistas y exposiciones del mundo— no ha venido acompañada de una comparable proyección exterior en el terreno de los concursos, los proyectos y las obras. Tanto la debilidad de la presencia económica en el extranjero —por más que latinoamericanos o portugueses resientan agresivos asaltos empresariales— como la timidez de la difusión cultural hacen de la arquitectura española un recurso exportable apenas explotado.
En contraste, la apertura generosa de nuestras fronteras al talento exterior ha sido poco menos que completa, con efectos vivificantes sobre el debate estético y el resultado inesperado de haber convertido la península en un campo fértil para el experimento, donde muchos de los grandes arquitectos internacionales —incluyendo a estrellas como Gehry o Eisenman— han construido sus obras más importantes. Esta militancia cosmopolita a favor de la libre circulación de la excelencia no ha tenido, empero, un soporte sólido en lo que podría haber sido la competencia en un mercado de prestación de servicios, sino una fundamentación más endeble en el empleo del prestigio o la notoriedad como blindaje de operaciones urbanísticas o como refuerzo de la publicidad política, con el colofón de que algunas de esas importaciones arquitectónicas dejan tras de sí el olor sospechoso de las cortinas de humo o el perfume ajado de las fanfarrias mediáticas del espectáculo y la moda: aromas ambos de flores corrompidas.
El vigor con que la musculatura financiera y diplomática estadounidense, británica, francesa o alemana promueve su arquitectura no puede compararse con los esfuerzos espasmódicos de las empresas e instituciones españolas, que obligan a los estudios a la incierta aventura del francotirador entusiasta. La mayor parte de los arquitectos que han llegado a construir fuera de forma significativa lo han hecho después de situar su centro de gravedad profesional en el extranjero, bien localizando en el exterior sus oficinas, bien residiendo allí durante largos periodos. De hecho, parte de la arquitectura que fingimos exportar se realiza en despachos internacionales, aunque la formación o el origen de sus directores autorice cierta apropiación laciamente nacionalista de su producción. Pero la arquitectura tiene, además de su dimensión artística, un componente económico que sólo la ingenuidad del angelismo cosmopolita puede desdeñar: la defensa de ese interés excluye tanto el papanatismo aldeano como el proteccionismo pusilánime.