Situada en el número 8 de Spruce Street —a unas pocas manzanas de la Zona Cero y muy cerca del Puente de Brooklyn y del Edificio Woolworth —, la Torre Beekman, también denominada Eight Spruce Street, pugna por convertirse en uno de los nuevos iconos de Nueva York. Con una altura de 267 metros, es el edificio residencial más alto de la ciudad, y ha sido el resultado de una compleja operación inmobiliaria que, pese a las dificultades técnicas y económicas, ha conseguido mantener el presupuesto inicial y cumplir el plazo de ejecución previsto.

Concebida como una escultura vertical y ciclópea que se perfila simbólicamente sobre el fondo característico de la ciudad, la torre, con una superficie de más de cien mil metros cuadrados, alberga en su interior una compleja mezcla de usos organizados de manera estratificada, en el que las 900 unidades del programa residencial conviven con una escuela pública infantil, las oficinas de un hospital cercano y con dos plazas exteriores.

La configuración del edificio se inspira en las proporciones, ya clásicas, de los rascacielos neoyorquinos, surgidas a su vez de las normativas urbanísticas referidas a las alineaciones y retranqueos. El volumen capaz así generado se ha construido con un entramado racional de hormigón armado, matizándose al exterior mediante una piel expresiva y alabeada que se apoya sobre un zócalo de ladrillo de cinco plantas de altura, y se define por el movimiento de las ventanas voladas sobre la línea de fachada y dotadas de miradores interiores con el fin de que el usuario tenga la impresión de estar flotando sobre el vacío de Manhattan.

Los alabeos, giros y quiebros de la rasante ocasionan que cada unidad de vivienda tenga una configuración diferente, una variabilidad que se resuelve en fachada mediante paneles de acero inoxidable fijados a marcos y dispuestos según una geo­metría variable y sinuosa que provoca sensaciones dinámicas en el espectador, en su afán por remedar el movimiento, las curvas y las tensiones de la escultura barroca.