Esta torre formada por un prisma de veinte alturas y un zócalo de cinco conectados entre sí mediante cuatro cavalcavías, es uno de los hitos arquitectónicos que descuellan en el nuevo distrito de negocios de Zúrich, una ciudad hasta ahora horizontal, pero que ha optado desde hace unos años por la densidad.

Su elemento más singular es la fachada, donde se ha alcanzando una solución de compromiso con las ordenanzas urbanísticas, que exigían el empleo de materiales pétreos en el revestimiento. Así, sin dejar de estar completamente acristalada, la envolvente se define por una serigrafía del célebre motivo veteado del muro de ónice del Pabellón de Barcelona de Mies van der Rohe, que cubre los cantos de forjado y pilares como una hoja añadida al triple acristalamiento de vidrio laminado del muro cortina. Las bandas opacas y ornamentales se trasdosan con un aislamiento térmico de lana de roca de 22 centímetros de espesor y con una cámara que sirve para ocultar, una vez enrolladas, las cortinas de aluminio plateado reflectante que protegen los espacios interiores del exceso de radiación, y que se despliegan o recogen automáticamente en función de la época del año, dando al edificio un aspecto tan variable como lo son las propias condiciones meteorológicas.

En el interior destacan el sistema de falso techo, formado por paneles sándwich con núcleo de hormigón, de 1,35 x 1,35 metros, que permiten la ventilación al estar microperforados de acuerdo a un patrón que se inspira en los motivos ornamentales de las viviendas tradicionales suizas.