La residencia de la universidad St. Edward’s ofrece servicios y alojamiento a los estudiantes en el campus que la entidad tiene en las afueras de Austin, Texas. Fruto de un concurso internacional de ideas, el programa del edificio solicitaba albergar 300 camas, instalaciones comunes con comedores y servicios diversos en un solar bastante estrecho.

Dada la necesidad de actuar en altura, el edificio crea un zócalo para las actividades sociales, creando una base para usos más públicos en la planta baja. Las unidades de habitación se sitúan en los niveles superiores siguiendo una escala de privacidad vertical que organiza el edificio. La residencia se fragmenta en bloques y da lugar a una huella articulada que no surge como reacción a la topografía sino para aumentar el perímetro de fachada; de esta forma, cada habitación individual puede enmarcar una vista diferente y contar con luz natural, sin comprometer su intimidad. Un vacío intermedio se despliega entre los bloques para ofrecer un espacio exterior semipúblico que, a modo de calles estrechas y sombreadas, consiguen rebajar las altas temperaturas del lugar. Ante el duro entorno físico y climático, los bloques se envuelven con una piel dura y rugosa por fuera y se abren con superficies continuas de vidrio hacia el núcleo interior resguardado.