El pasado de Málaga ha dejado sus rastros indelebles en dos importantes monumentos: el Teatro Romano y la Alcazaba musulmana. Ambos ocupan la histórica ladera del monte Gibralfaro, en cuyo emplazamiento se han hallado los primeros vestigios del origen de la ciudad fundada por los fenicios, que fueron atraídos por las buenas condiciones para el atraque y los importantes yacimientos de plata y cobre del entorno. Pese a su singular importancia, la ladera de la Alcazaba ha llegado a nuestros días muy degradada debido a las agresiones causadas por la construcción de sucesivas obras de infraestructura viaria así como los usos inapropiados que tradicionalmente se le ha dado a esta zona (acopio de materiales de desecho, aparcamientos en superficie, construcciones marginales).

Con estos precedentes, el objetivo de la intervención sobre este espacio natural y monumental, muy sensible a cualquier alteración de calado, ha consistido fundamentalmente en frenar la inercia empobrecedora sufrida por el enclave en los últimos decenios mediante una serie de pequeñas intervenciones orientadas también a poner en valor su patrimonio. En primer lugar, se recupera el marco natural de esta porción singular de territorio, rehabilitándose, desde el punto de vista paisajístico, el conjunto de la ladera de la Alcazaba mediante el aporte de tierras vegetales y la plantación de especies autóctonas. Esta operación de fondo se acompaña por una actuación de cosido de esta zona con el entramado urbano circundante, de tal modo que pueda resolverse adecuadamente la transición desde el área monumental al resto de espacios públicos de la ciudad. La operación se completa con el trazado de unos discretos caminos que forman un recorrido en el que los restos monumentales se ponen en valor a través del movimiento del visitante, como si de una secuencia de fotogramas se tratase. Esta secuencia se encuadra con una tectónica fundada en el uso de chapas de acero cortén y volúmenes de tierra prensada, que organiza la escala liviana de toda la intervención.