A los pies de la fortaleza erigida por los genoveses en el siglo XIV —y que da su nombre a la ciudad—, una sinuosa promenade se enclava en la roca y hace accesibles 450 metros de la línea de costa junto a los poderosos muros que en su momento resistieron a las escuadras de Nelson y Mussolini. Bautizado con la palabra corsa aldilonda —‘sobre el mar’—, el paseo arranca en el norte como prolongación del muelle del Puerto Viejo y, siguiendo el trazado de la muralla, enlaza a su paso con el espolón del faro y la parte meridional de la ciudad, a la que se llega mediante una galería excavada bajo un baluarte de la ciudadela.

La alta exposición a los embates de la mar hizo necesarios ensayos hidráulicos previos que probaran la durabilidad de los materiales y la eficacia de un diseño que incorpora tramos pavimentados con rejilla metálica por los que puede filtrarse el agua y barandillas de lamas de acero cortén espaciadas para reducir el impacto de las olas y ofrecer vistas más transparentes del Tirreno.