Si las piedras hablaran, las de la ciudadela de Bastia bien podrían ser cronistas de la ciudad entera, ya que la localidad corsa surgió al abrigo de esta bastiglia genovesa en lo alto de un promontorio y acabó hasta tomando su nombre. Testigos de próspero comercio en tiempos de paz y de crudos asedios en momentos de guerra, estas murallas se han convertido hoy en indiscutible emblema y en escenario para fotos de turista, por lo que en los últimos años se han dedicado grandes esfuerzos a sacarles lustre, hacerlas más accesibles y abrirlas a la inmejorables vistas del Puerto Viejo y del mar Tirreno (véase Arquitectura Viva 233).

Una intervención busca ahora facilitar la conexión entre la parte alta y el paseo al borde del agua, en tanto que configurar un nuevo espacio cívico y restaurar el decimonónico jardín Romieu, la primera operación paisajística que puso en valor la fortificación. Escaleras, rampas, miradores, un ascensor y un graderío se traban entre los lienzos, los acantilados y la vegetación compartiendo un lenguaje austero que hace uso de un hormigón mezclado con agregados extraídos de la zona y primorosamente encofrado in situ para conseguir una textura que funda los nuevos recorridos en el secular frente marítimo.