Esta es una serie de exteriores dentro de otros exteriores. Una construcción laberíntica que explora la implícita tensión entre necesidades prácticas y las medidas subjetivas del espacio arquitectónico. La planta está compuesta por la repetición informal y caprichosa de diez figuras circulares, con radios consecutivos que van de dos a once. La secuencia de espacios resultante se puede entender como una tradicional planta abierta, con varios accesos y sin ninguna figura, jerarquía o dirección predominante, o como una disposición limitada de segmentos singulares. La percepción de estas formas centralizadas fluctúa entre angostas y agudas concavidades y amplias pero irregulares salas convexas, desde núcleos sobreexpuestos hasta oscuros rincones. Esta es la experiencia de una masa horadada por su propio eco tedioso, por su multiplicidad, por un sentido de austera irracionalidad.

Si la arquitectura es una forma de conocimiento, parece inevitable enfrentar un problema triangular (o circular): que aquello que conocemos no es más que un difuso campo de ideas disciplinares; que esas ideas se expanden en el tiempo; y que nuestro entendimiento de su valor no puede ser completamente traducido. Una respuesta radica en el potencial de los medios básicos para producir un edificio normal; un lugar único con la capacidad de llegar a ser algo más que lo que parece.