Esta columna, un ducto octogonal que se reduce en altura, encarna una escala ambigua que resuena con los hitos históricos al distorsionar la perspectiva del eje más monumental de París. Como un temporal monolito de madera, este objeto tiene una presencia a la vez familiar y remota.

Técnicamente, la pequeña torre puede ser entendida como un décimo de otro edificio. Literalmente, se ha bautizado según su relación proporcional a esa realidad y según su número de niveles, sus diez tambores octogonales. A pesar de su modesto tamaño, la ambiciosa torre evoca diversas ficciones: una torre de Babel, un zigurat, un faro, un pedestal épico o un obsoleto observatorio telescópico. Aún así, la torre es un genuino y tácito edificio, con espacio para ser ocupado por un único residente (acaso un prisionero voluntario, acaso un vigilante), pero también se puede entender como parte de un edificio real; como una columna independiente.

Como si siguiera las antiguas y arbitrarias reglas de ‘éntasis’, y según una razonable lógica gravitacional, cada tambor disminuye su tamaño al ascender. Cada cara del tambor tiene una simple abertura rectangular. Dado que las aberturas no cambian su tamaño, el sistema se cierra sobre sí mismo en el momento en que no queda suficiente espacio para abrir otra en el muro.