Notre-Dame-du-Haut, Ronchamp
Le Corbusier 

Notre-Dame-du-Haut, Ronchamp

Le Corbusier 


Al final de los años cincuenta, la amistad de Le Corbusier con un influyente dominico cuyo nombre rimaba con el suyo, el Padre Le Couturier, le granjeó el encargo de dos proyectos de índole religiosa llamados a ser referentes en la arquitectura contemporánea. El encargo religioso no tenía para Le Corbusier dificultad profesional ni moral; en su asombrosa capacidad de interpretar, cualquier programa y cualquier motivo le sugerían ideas y proyectos, porque en su idea de modernidad cualquier edificio era posible. El primero de ellos, el convento de La Tourette, ofrecía un contexto complejo en el que desarrollar las intuiciones de paisaje, de historia y de construcción tan personales y queridas del arquitecto. Con su característica vanidad, no le importó poner en boca de los frailes lo que pensaba de su trabajo: «Ce protestant a réussi la plus belle église catholique du siècle!» (este protestante ha conseguido hacer la iglesia católica más hermosa del siglo). Pero en ambos encargos, la espiritualidad parece haberla puesto el dominico. No parece que Le Corbusier tuviera interés en lo sacro del espacio, sino más bien en dar rienda suelta a su formidable intuición plástica. Más que al argumento religioso propiamente dicho, la simbología del maestro suizo alude a la modernidad y a la arquitectura misma como acto de reinterpretación.

La idea de reconstruir una capilla de la Virgen cerca de la frontera con Suiza era fruto de los tiempos de posguerra, tiempos de necesidad de fe y de expiación, de romería y de emoción religiosa. Pero el proyecto de Ronchamp viene tanto de los ensayos plásticos de esculturas, realizados con Savina, como de los recientes hallazgos del monasterio de La Tourette, y de una mayor libertad. Lo atestiguan el muro grueso que aloja huecos como auténticos espacios, y que no toca la cubierta para dejar pasar la luz rasante; o el trazado de la planta, de una seguridad tan especial que parece un ideograma o una pintura paleolítica, pero que permite el orden de una estructura invisible. Ciertamente, la capilla es un tema que ha dado más piezas célebres a la arquitectura moderna que la iglesia. Libre de las grandes servidumbres litúrgicas, se aproxima más al ideal moderno del proyecto como creación que se expresa en sus propios términos y que se resuelve con sus propias reglas. Y en el caso de Ronchamp, el escueto encargo de la capilla da lugar a una celebración sin precedentes de la arquitectura en sus propios términos, dotando al edificio de una fuerza escultórica patente en la tensión continua que recorre desde las grandes piezas que integran la cubierta hasta sus más pequeños elementos...[+]