¿Puede convertirse la típica parada para repostar y tomarse un café en un buen momento para asistir a misa? La respuesta es afirmativa para la institución que financia esta iglesia ecuménica al pie de la A-45, una de las autopistas más transitadas de Alemania.

Situándose sobre una colina, el edificio emerge en un área de servicio, junto a un gran poste que anuncia cómida rápida. Su volumen inmaculadamente blanco, facetado y pegado a la tierra, se pliega y apunta al cielo en los dos lucernarios emplazados en ambos extremos de la iglesia que, a modo de signos ‘parlantes’, sirven de referencia a los conductores. Un puente tendido sobre un inexistente foso marca la transición desde el espacio genérico del exterior al interior sacro, que es un recinto de planta cuadrada y sorprendentemente simétrico, envuelto por una estructura de madera cuya calidez contrasta con la frialdad de la envolvente. Como determina la liturgia, toda la atención se centra en el altar, que ocupa una cámara independiente y revestida de blanco, enmarcada por el último arco de la bóveda de madera y bañada por la luz natural que capta uno de los dos lucernarios de la iglesia.

Calculada con programas de elementos finitos, la estructura interior está formada por vigas de madera y paneles de OSB, todos ellos elementos prefabricados traídos por camiones hasta este singular enclave en la autopista.