Fuegos devastadores, cambios de estilo, bombardeos: la iglesia de San Moritz ha sufrido muchas transformaciones desde su fundación hace casi mil años. La última de ellas ha tenido como fin depurar el interior del templo con criterios estéticos y litúrgicos para afinar con los nuevos tiempos la atmósfera sagrada.

La estricta separación entre el cura y los feligreses, así como la focalidad en el altar mayor, convierten la iglesia en un claro ejemplo de organización en Wegenkirche, un carácter que, tras la remodelación, se ha suavizado al acercar el altar a los fieles, pero que, por otro lado, se ha reforzado desde el punto de vista estético mediante una serie de intervenciones. Se han sustituido las vidrieras de colores —carentes de valor artístico— por paneles de ónice que bañan la nave principal con una luz brillante y homogénea, enfatizada gracias al color blanco intenso de todos los paramentos, de nuevo revocados. La manipulación de la luz refuerza así la centralidad de la nave principal frente a las laterales, que quedan en una suerte de penumbra misteriosa. Además, se ha recolocado o reemplazado el mobiliario, de manera que el espacio de las naves resulte diáfano y la atención pueda centrarse en los elementos realmente valiosos, como la propia arquitectura o la excelente escultura barroca de Cristo Salvador, colocada ahora en el coro en calidad de remate visual del eje de la nave mayor.