La escuela y centro social de Casarès-Doisneau, en Saint-Denis (Francia), agrupa dos pabellones organizados en torno a un patio y cuyo carácter se define por la fuerte impronta de la madera tanto en las estructuras como en los acabados.

El primero de estos pabellones está formado por un volumen compacto que alberga dotaciones deportivas, y consiste en una gran estructura triangulada de madera laminada revestida al exterior con paneles de policarbonato rellenos de nanoaerogel, que presentan unas óptimas prestaciones como aislamiento térmico (véase Arquitectura Viva 149).

Por su parte, el segundo de los pabellones del colegio —correspondiente al aulario— está resuelto con una estructura perimetral de paneles de madera de 20 centímetros de espesor —en cuya alma se aloja el aislamiento térmico—, cubiertos con una lámina impermeabilizante y una barrera de vapor. Exteriormente la fachada está compuesta por dos bandas horizontales. La inferior se dispone a modo de zócalo corrido, y está construida con paneles de aluminio de color dorado, perforados con tres patrones diferentes de acuerdo a un fino calado que genera una sensación de muaré.

Apoyada visualmente sobre este zócalo se despliega una trama densa de listones de madera de alerce de 60 x 40 milímetros fijados a una subestructura de perfiles metálicos en Z, y rigidizados por diagonales, entre las cuales se disponen rítmicamente una serie de motivos caligráficos ornamentados, resultado de ahusar los listones de la celosía como si estuvieran tallados por el torno de un ebanista. La decoración también está presente en los huecos de la fachada: la carpintería de madera se atornilla contra un premarco del mismo material, rematándose exteriormente con un jambeado y un marco de madera de pino Douglas calado con un motivo de filigrana de ebanista semejante al de la celosía y el zócalo.