La cultura agraria determinó, transversalmente, el ethos de los chilenos durante los siglos XVIII y XIX. Este ethos encontró su correspondencia urbana en la idea de la ciudad-jardín que a partir de la segunda mitad del siglo XX se constituyó en el modelo de expansión de la ciudad de Santiago. La extensión del metro hacia el este, acompañada de nuevas densificaciones, fue transformando paulatinamente el paisaje de la ciudad-jardín.

Este proyecto quiso proponer una fórmula que hiciera evidente la voluntad de preservar ciertas bondades de la ciudad-jardín, no obstante la inexorable transformación que la amenaza. Creado en 1950 y fiel a la estrategia de ciudad-jardín, el barrio El Golf, esencialmente residencial, fue dando paso, a partir de 1980, a un sostenido proceso de densificación, para luego acoger servicios financieros, comerciales e institucionales que lo consolidaron como uno de los principales centros de la ciudad.

El terreno que ocupa el edificio, frente a la avenida Presidente Errázuriz —una de las principales del barrio— tiene un frente extenso y una profundidad estrecha e irregular. La fachada principal, paralela a la avenida, abarca la totalidad del frente disponible, mientras que, hacia el sur, una fachada curva busca atenuar las irregularidades del solar.

A las restricciones propias del lugar y de las ordenanzas locales se suma, como condición preliminar y parte del encargo, el carácter vítreo de la fachada. Dada la búsqueda de una tectónica que impusiera sobre el vidrio una condición nueva, distante de la tradicional materia pulimentada y reflectiva, se propone un sistema de termopaneles que se rellenan con gravilla de cuarzo al interior de la cámara de aire. Como resultado surge una piel traslúcida y texturada que otorga independencia al interior y transforma la luz del norte en una luminosidad tenue evocadora de los antiguos vitrales de alabastro.

En la fachada norte, los módulos de cuarzo, dispuestos azarosamente, confieren cierta musicalidad a la composición, además de la necesaria interioridad ante la cercanía de la calle, mientras que hacia el sur una luz pareja y calma justifica la mayor transparencia, permitiendo incorporar al interior el espléndido paisaje de los jardines vecinos. La escalera en el hall público, junto al pozo de luz que recorre verticalmente ese espacio, se erigen como contrapunto frente a la superficie plana y simple que caracteriza las plantas libres propuestas. La doble fila de árboles dispuestos en el espacio público busca atenuar la presencia de lo construido, para que la condición de ciudad-jardín y la escala doméstica —que aún se conserva en parte del barrio— prevalezcan.