Es cierto que los edificios cada vez requieren menos energía, pero no lo es menos que para conseguir tal ahorro se necesitan más instalaciones mecánicas y, por tanto, también un mayor mantenimiento. Evitar este círculo vicioso es el objetivo de este proyecto, que aprovecha las condiciones del clima local —el correspondiente al Tirol austriaco— para conseguir que el edificio no dependa de ningún sistema mecánico de calefacción, refrigeración o ventilación. La principal estrategia para alcanzar este objetivo es el uso de la inercia térmica. Con su casi 80 centímetros de ancho total, los muros están formados por dos hojas, ambas construidas con bloques cerámicos de 36 centímetros de espesor: la interior funciona como hoja portante; la exterior, como aislamiento térmico, y ambas, gracias a su masa, tienen la capacidad de almacenar calor. Es precisamente esta capacidad la que mantiene estable (entre 22º C y 25º C) la temperatura interior del edificio. Mientras que en invierno los muros acumulan el calor residual producido por los ocupantes y el uso, en verano se enfrían gracias a la ventilación nocturna. En esta estrategia desempeñan un papel fundamental los huecos: grandes ventanas verticales que durante los periodos fríos captan la radiación solar y sólo se abren para evacuar el CO2, pero que cuando hace calor se protegen del sol y dejan pasar el aire fresco durante las noches.