La espiritualidad que exuda el lugar se traduce en dos pabellones que representan la complementariedad de elementos opuestos: un restaurante cuadrado con un teatral acceso y una bodega anular bajo una cúpula perforada por un óculo.

El proyecto para la compañía Pernod Ricard plasma la dicotomía de dos elementos que existen en oposición pero que se complementan entre sí, buscando el equilibrio entre la arquitectura y el paisaje, la industria y la experiencia del visitante.

Rodeado por un arroyo sinuoso y con el pico monte Emei como telón de fondo, el conjunto se integra respetuosamente en la naturaleza, incrustándose en la pendiente del terreno. La zona de producción presenta cubiertas inclinadas con tejas reutilizadas que descansan sobre una estructura de columnas y vigas de hormigón. Los muros pétreos aprovechan los cantos rodados extraídos del suelo durante la nivelación del sitio.

Los dos edificios destinados a los visitantes están construidos sobre geometrías fundamentales: el círculo y el cuadrado, como representación del cielo y la tierra, respectivamente. El edificio redondo parcialmente enterrado incluye salas de degustación, dispuestas en torno a un patio abovedado con una fuente donde el agua cae en cascada, que emerge sobre el terreno con anillos concéntricos. El edificio cuadrado alberga un restaurante organizado perimetralmente enmarcando un patio. 

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