Pese a ser un añadido decimonónico, la torre flanqueada por cuatro pináculos bulbosos que se yergue en el castillo de Hagenberg da a esta pequeña localidad austríaca su imagen más característica, y su icónico perfil ha acabado incluso formando parte del escudo municipal. A esta vocación de hito, más que al anonimato de las construcciones colindantes, parece aludir una vivienda unifamiliar levantada en la trasera de una casa del pueblo, que, para no robar demasiado espacio al patio, adopta una crujía estrecha que minimiza la huella y obliga a distribuir las estancias en cuatro pisos: un esquema en altura que proporciona al edificio un inusual talle esbelto.
En una inversión del orden lógico, los usos más públicos —la cocina-comedor y una terraza cubierta— se sitúan bajo el tejado a dos aguas para que los moradores disfruten de las vistas que brinda su posición elevada. Los dormitorios quedan en las plantas inferiores, pero igualmente dotados de amplios paños de vidrio que se abren entre la fachada de listones de abeto pintados de azabache.