Concebida como institución académica y de investigación, esta biblioteca ocupa un emplazamiento al mismo tiempo privilegiado y comprometido: en el casco histórico y cerrando los jardines de la plaza de la Merced, el edificio se inserta como un volumen exento, aunque rodeado por otras edificaciones universitarias. Y precisamente por eso se proyectó como una construcción que mantuviese el carácter aislado y singular propio de sus vecinos.

A primera vista podría decirse que su configuración ofrece perspectivas cerradas; una retícula de hormigón armado estructura todas sus fachadas y configura los distintos paños, compuestos de varias capas. La severidad de sus líneas, enfatizada por el color y la textura de la piel de piedra franca de Villamayor, se atenúa con unas carpinterías de madera pintadas con el tradicional almagre salmantino. En el interior, esa condición hermética se vuelve permeable; todas las fachadas, excepto la de la calle Trilingüe, se retiran de las alineaciones conformando dos patios que ocupan los lados longitudinales. Desde el muro que delimita la suave curva de la calle de las Mazas no se adivinan estos espacios exteriores, dominados por la presencia de grandes cristaleras que llevan luz a las plantas bajo rasante; traspasada la entrada y desde el pasaje cubierto que salva el primer foso, se comprende todo el edificio.

La organización del interior crea cuatro bandas en torno al espacio central diáfano de las salas de lectura e investigación, de las cuales la este (con una sala de exposiciones en el sótano) y la oeste están iluminadas a través de sendos patios, configurando vacíos en los pisos bajo y segundo; la norte alberga los depósitos y los núcleos de comunicación; y la sur contiene un amplio vestíbulo, en todas las plantas, que articula el resto del programa. A modo de franjas verdes, el ajardinamiento configura los bordes laterales del edificio. Los materiales son pocos y se emplean atendiendo a su durabilidad y adecuación al entorno, confiando en el valor añadido que aporta el tiempo…[+]