La ladera de una montaña constituye siempre un ‘problema’ arquitectónico y una demanda que requiere una decisión proyectual más o menos radical. Enfrentada con este avatar topográfico genérico —presente en cualquier ladera del valle— la casa opta por el voladizo, del que toma su nombre, como solución limpia e independiente del terreno. El perfil de la colina, que apenas se modifica, se consolida como monumental escalinata que transcurre bajo la casa y que permite el acceso y la circulación desde ambas partes de la pendiente. El trayecto así generado, concebido como 'promenade architecturale' de resonancias espirituales, permite que la montaña fluya libremente bajo la casa.

Esta vía de aproximación racional (genérica pero no específica) permite una distinción sutil entre lugar (el valle que linda con la Gran Muralla) y solar (el asignado a la casa); entre las condiciones generales y las particulares, de la que se sirve para dar respuesta al resto de las demandas identificadas. Así, la configuración formal de la casa es una respuesta en favor del sol, pero no una adaptación al recorrido solar de una determinada orientación; es una respuesta adaptada al turista sensible y cultivado que acudirá al complejo, pero no a un cliente concreto; es una respuesta que fomenta las vistas panorámicas de la Gran Muralla, pero que no establece una relación directa con su presencia.

La vivienda se articula en torno a un espacio de doble altura que da a una terraza cubierta y desde el que se accede a la parte privada situada en la planta primera a la que se accede también por una rampa El hueco correspondiente al espacio de doble altura sirve para segregar el programa en dos alas residenciales que cuentan con habitaciones y cuartos de baño propios. Las fachadas se configuran mediante un sistema modular flexible, que permite un juego irregular de huecos abiertos y cerrados, semejante al de un mueble, y que responde a un orden tan funcional como estético. La cubierta ajardinada, concebida como belvedere y como jardín privado, pretende establecer una distinción entre el paisaje colectivo (el valle de la Gran Muralla) y el privado, entre la domesticidad de la casa y el hedonismo del montañero que hace una pequeña parada para disfrutar del paisaje.

El uso de materiales sencillos y naturales como la madera, el bambú, el mortero, el vidrio y el ladrillo rojo permite una integración sin sobresaltos en el entorno. Con la intención de dulcificar su apariencia el hormigón armado, imprescindible para llevar a cabo la estructura volada, toma el color de las rocas y de las flores cercanas... [+]