Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología (MAAT), Lisboa
AL_A (Amanda Levete Architects) 

Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología (MAAT), Lisboa

AL_A (Amanda Levete Architects) 


La idea del centro cultural como paisaje se ha convertido durante estos últimos años en un lugar común. Ha sido el caso de la Fundación Louis Vuitton de Frank Gehry, una especie de mota de piedra y cristal que se puede escalar para disfrutar de las copas de los árboles del Bois de Boulogne; y, al otro lado de la misma ciudad, el de la Philharmonie de Jean Nouvel, una montaña con su cueva que supone un guiño a ese parque ‘anti-Tschumi’ que es el cercano Buttes-Chaumont. Antes que ellos, también fue un paisaje la ópera de Snohetta en Oslo, una especie de glaciar al que se puede trepar o que se podría disfrutar como un tobogán (en un mundo ideal). Amanda Levete y su oficina AL_A han trabajado en un contexto ribereño similar en su ampliación del Museo de Lisboa de Arte, Arquitectura y Tecnología (MAAT), concebido como un espacio público accesible de 20 millones de euros que la mayoría de los visitantes —quienes prefieran no entrar al museo— pueden contemplar en el espectacular enclave donde se levanta, a orillas de la majestuosa desembocadura del río Tajo, en el barrio de Belém de la capital portuguesa.

El nuevo MAAT pertenece a la Fundación EDP —rama cultural y sin ánimo de lucro de la compañía Energías de Portugal (EDP)— y se cobija en dos edificios: la Kunsthalle de AL_A (encargada por el presidente de EDP, António Mexia, en 2010) y la antigua Central Eléctrica del Tajo, justo al lado, una espléndida catedral termoeléctrica de ladrillo y acero construida entre 1908 y 1951, y que cerró en 1990 antes de abrirse al público en 1990, ya como Museo de la Electricidad. Gracias a la creación del MAAT, este último edificio ha pasado a contener también grandes espacios museísticos concebidos según el modelo white-cube a instancias del director Pedro Gadanho, que dejó el MoMA para hacerse cargo de la institución lisboeta en 2015.

El MAAT se une a una larga serie de monumentos y enclaves culturales ubicados en la zona de Belém, entre ellos el palacio presidencial, el Monasterio de los Jerónimos, el Museo Naval, el Centro Cultural de Belém construido por Vittorio Gregotti en 1992, y el Museo Nacional de los Carruajes y las Carrozas levantado por Paulo Mendes da Rocha en 2015. Pero, a diferencia del MAAT, todos ellos están separados del río por la autopista de ocho carriles y la línea de ferrocarril que discurren entre el muelle y los barrios residenciales situados Tajo arriba. Sólo dos pasarelas, totalmente inadecuadas y separadas un kilómetro entre sí, consiguen atravesar esta formidable barrera. 

«Creo que la razón de que EDP nos haya seleccionado es porque valora nuestro modo de comprender el espacio público», afirma el director de AL_A, Maximiliano Arrocet. «Después de nuestra primera visita a Lisboa, llegamos a dos conclusiones inmediatas: que había que renunciar a competir con la vieja estación eléctrica, y que teníamos que volver a conectar el enclave con la ciudad. La idea de una pasarela peatonal fue aquí fundamental.» Prevista su construcción para finales de este año, la pasarela saltará hasta la cubierta del MAAT desde el barrio residencial situado más allá de la gran arteria de circulación. «El área en torno al punto de partida será tratado paisajísticamente», continúa Arrocet, «de manera que los visitantes puedan tener la impresión de que el museo comienza al otro lado de la autopista.»

Lo que estos visitantes descubren al llegar donde la pasarela vuelve a tocar tierra es un paisaje lunar de 8.000 metros cuadrados construido con piedra caliza de Moleanos —usada en las famosas calçadas de Lisboa—, de cuya curvatura brotan, de un modo surrealista y como si estuvieran pegadas al cielo, las pilas del Puente colgante del 25 de abril y la estatua de Cristo Rey al otro lado del río (un efecto de extrañamiento que recuerda a las vistas del Arco del Triunfo de París desde el Apartamento Beistegui de Le Corbusier, o las fotos por la Agencia Magnum de la Brasilia de Niemeyer en los años 1960).

Panoramas inéditos

Subiendo por la empinada pendiente, se llega a un balcón suspendido con impresionantes vistas al estuario. Para AL_A, la vista trasera del edificio, menos previsible, es igual de importante: «Cuando uno se vuelve y mira hacia atrás, puede contemplarse todo Lisboa», explica Arrocet, «un panorama que antes sólo podía admirarse desde un barco en el río.» Esta relación con el barrio de Belém se expresa también en la altura limitada del edificio: «Tuvimos bastantes reuniones con los vecinos, que estaban aterrorizamos ante la idea de que bloqueásemos las vistas», recuerda. Este perfil bajo pudo conseguirse enterrando el edificio seis metros.

Desde este mirador, los visitantes tienen tres opciones: un camino que serpentea hasta la carretera, por la parte trasera; otro que lleva directamente a la entrada del museo; o las laderas laterales que conducen al muelle. Es, por supuesto, en la fachada hacia el estuario donde el edificio resulta más deslumbrante, con su alzado de 190 metros de longitud que se eleva en su centro para convertirse en el enorme arco inclinado que soporta un voladizo, todo él revestido con una piel escamosa con 14.751 azulejos esmaltados de color crema. El resultado es a la vez ‘icónico’ por su libertad formal y su alarde técnico —en especial cuando se contempla lateralmente—, y discreto cuando se mira desde el agua, como si fuera una colina que se eleva con suavidad. «Los más escépticos verán en él sólo una forma gratuita», declara Arrocet, «pero la configuración del arco se definió teniendo en cuenta la trayectoria del sol, para garantizar que, durante los veranos, el espacio cubierto —que alberga una cafetería y un gran lucernario, además de la entrada— esté siempre en sombra.»   

Si la conexión con la vieja central eléctrica parece un poco torpe es porque AL_A han tenido que añadir al conjunto una nueva subestación, con su correspondiente perímetro de seguridad en torno al transformador. Los azulejos en forma de mediohexágonos se diseñaron con criterios económicos, en la medida en que sólo se necesitaron tres moldes para fabricarlos. La de los azulejos no es sólo una referencia a la tradición portuguesa de revestir los edificios con cerámica, sino también un modo de evocar la ondulación del agua y reflejar la atmósfera luminosa del entorno; una vinculación esta —con la energía y luz— que puede entenderse como una evocación sutil del genio del lugar y su historia como enclave de producción de electricidad. Sin embargo, los azulejos están mal moldeados y, debido a la construcción demasiado rápida, también están mal alineados, por lo que ha sido necesario volver a colocarlos.

Una experiencia inmersiva

Hay algo a lo Bilbo Bolsón —el personaje de El Señor de los Anillos— en entrar a un edificio bajo una amable colina; se tiene la impresión de estar ante la madriguera de un hobbit hasta que se accede al interior. Pasada la entrada, los visitantes se topan con otro mirador, esta vez con vistas al espacio más audaz: un vestíbulo de 1.200 metros cuadrados con forma oval y libre de pilares. Dejado visto a petición del director Pedro Gadanho con el objetivo de conformar una banda técnica pintada de negro, el impresionante techo de acero está colonizado con una miríada de tubos de neón que son como la expresión fantasmal del falso techo originalmente proyectado. La Galería Oval del MAAT es, por supuesto, el equivalente de la Sala de Turbinas de la Tate Modern, un espacio diseñado a propósito para exponer obras de gran formato (la verdadera sala de turbinas de la vieja central eléctrica no es adecuada para este uso, y se ha destinado a cocktails y eventos). Aunque su forma oval es un claro guiño al Guggenheim de Wright, la forma se ha elegido también por su estabilidad estructural, pues las paredes de hormigón armado del óvalo permiten levantar el techo sin pilares y el mirador en voladizo en una zona sísmica.

Los arquitectos concibieron el museo como una experiencia inmersiva, y han creado una especie de remolino que comienza en la cubierta y continúa por una rampa muy larga que baja desde la entrada hasta la Galería Oval (un recorrido influido por las espirales del Guggenheim de Bilbao y de la piscina de pingüinos de Lubetkin, como confiesa Arrocet). Una vez abajo, los visitantes pueden atravesar la Galería Oval para alcanzar la Galería Principal de algo más de 1.000 metros cuadrados, inmaculadamente blanca, que gira en torno al flanco ribereño del edificio y vuelve al punto de partida a través de un espacio conocido como la Sala de Proyectos.

En mi primera visita, un día que el museo estaba vacío, me pregunté cómo los comisarios podían habérselas con estos espacios cavernarios y no ortogonales, concebidos sin tener en cuenta ninguna directriz curatorial específica. En este sentido, reconoce Gadanho: «Recuerdo un experimento que llevamos a cabo la primera semana después de la preapertura (octubre de 2016): instalamos seis piezas de la colección durante diez días, sólo para que el público pudiera ver el nuevo edificio. Entre ellas había una pintura muy grande que, una vez colgada, parecía como una postal pinchada en la pared.»

En los cinco meses que siguieron a la inauguración, en respuesta a esa especie de objets trouvés que son los espacios del edificio, Gadanho —arquitecto de formación— optó por un enfoque a lo Merzbau, llenándolo todo con toda suerte de cajas cubistas que, además de dividir las galerías expositivas en superficies manejables, funcionan como espacios black-box para instalaciones de videoarte y como paredes rectas para colgar en ellas los cuadros. Una característica fundamental de la Galería Principal es el gigantesco lucernario gracias al cual el espacio queda inundado de luz indirecta que pasa rebotando por al gran arco cerámico de la entrada. Con todo, parece que, para la mayoría de las exposiciones, los comisarios preferirán oscurecer todo o parte del interior, renunciando a la luz natural en favor de la artificial.

Como espacio para exponer arte, el MAAT es perfectamente adecuado, aunque uno no pueda dejar de tener la sensación de que el interior resulta al cabo secundario respecto al exterior. Como edificio paisajístico es capaz de conseguir algo que ni la Ópera de Oslo, ni la Philharmonie de París, ni la Fundación Louis Vuitton en la misma ciudad, han conseguido: una vez que la pasarela peatonal se termine, además de un edificio que podrá escalarse, el MAAT será también un espacio que se atravesará por completo para ir de un punto a otro de la ciudad. Con esto, recordará a la escalinata de la plaza de España en Roma, que es al mismo tiempo un lugar de encuentro y una ruta urbana. La cubierta del MAAT estará además equipada con espacios para realizar eventos al aire libre, que convertirán al edificio en una plaza ribereña muy popular. Para hacerse una idea de este potencial, basta con ver las fotos que muestran a una multitud de 22.000 personas apelotonadas en el museo el día de la inauguración. En este sentido, el MAAT es un producto perfectamente adaptado al boom turístico que está experimentando Lisboa (unos 3,6 millones de visitantes en un área metropolitana de 2,8), pero también una dotación que beneficiará a la población local.

Andrew Ayers, crítico e historiador de la arquitectura, es profesor en la Columbia GSAPP.   


Obra Work
Museo de Lisboa de Arte, Arquitectura y Tecnología Lisbon Museum of Art, Architecture and Technology (MAAT).

Arquitectos Architects
Amanda Levete / AL_A.

Consultores Consultants 
PanoramAH! (carpintería window frame); Disset (sistema y montaje de fachada facade system and installation).

Fotos Photos 
Hufton+Crow (pp. 30 arriba top, 37, 38, 39); Piet Niemann (p. 30-31); Fernando Guerra / FG+SG (p. 32 izquierda left); Francisco Nogueira (pp. 31 arriba top, 33, 34, 36); Alejandro Villanueva (p.35).