Zigzag Zaha
El premio Pritzker 2004 ha distinguido a Zaha Hadid, la iraquí afincada en Londres cuyo lenguaje diagonal o sinuoso es tan singular como su figura.
Más artista que arquitecta, y más personaje que artista, Zaha Hadid es la encarnación rotunda de la diva. Temperamental y desbordante, su voluminosa figura envuelta en túnicas plisadas de Issey Miyake se impone con una presencia física que irradia aplomo y energía contenida. Sobre zapatos imposibles, y ornamentada con bolsos y joyas que quitan el hipo, la iraquí afincada en Londres transmite una seguridad en sí misma que sólo puede provenir de quien ha construido su imagen con tanto empeño como su propia obra. Desde la época juvenil en que se ataviaba con innumerables gasas laboriosamente sujetas con decenas de imperdibles, Zaha —como es universalmente conocida— ha hecho de su persona un proyecto artístico tan significativo como el formado por sus pinturas, dibujos, escenografías y diseños: un camino ya explorado por Dalí, Warhol o Beuys, pero menos común en el universo profesional de la arquitectura.
Elevada al estatus de icono mediático, recibió el año pasado el premio Mies por una zigzagueante marquesina de hormigón en Estrasburgo que realizó invitada a título de artista, y obtiene éste el premio Pritzker por una trayectoria más rica en representaciones visionarias que en obras construidas. Nada de esto, sin embargo, disminuye el mérito de la galardonada o hace polémica su elección: el unánime reconocimiento de su talento plástico hizo de Zaha, “irónicamente, una opción segura” en el Mies, como comentó el presidente del jurado, David Chipperfield; y su condición de mujer y su origen árabe, unida a su popularidad entre los estudiantes —destacada en las motivaciones del jurado del Pritzker—, la convierten en una candidata tan políticamente irreprochable como conviene al premio americano (por más que su concesión a «Zaha Hadid from Great Britain» cuando las tropas británicas siguen en Irak se preste a otras lecturas).
De los pilares oblícuos de Estrasburgo a las formas fluidas del proyecto para el Centro de Arte Contemporáneo en Roma, Zaha hace del zigzag el signo peculiar que abrevia el croquis para Cincinnati.
En esta convocatoria se incorporaron al jurado del premio Pritzker, en sustitución de los fallecidos J. Carter Brown y Giovanni Agnelli, dos miembros nuevos: el presidente de Vitra, Rolf Fehlbaum, un fabricante de muebles de autor y promotor de arquitecturas de vanguardia que fue el primer cliente de Zaha; y la directora editorial de Phaidon en Nueva York, Karen Stein. Ambos nombres refuerzan el peso en el premio del diseño y los medios de comunicación, dando un protagonismo a la publicidad y la imagen en sintonía con el momento del mundo, y haciendo más inteligible su decisión. Por decimotercer año consecutivo, el Pritzker elude la arquitectura americana, prolongando la ausencia en el galardón de Peter Eisenman, un autor cuyo talante experimental ha dificultado su reconocimiento profesional, pero que tras la inclusión en el palmarés de Koolhaas en 2000 y Zaha ahora sólo puede explicarse por alguna testaruda animadversión.
Avalada por un premio de esta trascendencia y con el combustible del aluvión de proyectos que actualmente se aglomera en su estudio, la verdadera carrera de Zaha se inicia ahora. De manera apropiada, la arquitecta recibirá la medalla en San Petersburgo, en la misma Rusia donde se gestaron muchas de las experiencias constructivistas y suprematistas —de El Lissitzky a Malevich— que alimentaron su formación londinense, por no hablar de los lienzos de Liubov Popova, cuyas formas geométricas translúcidas, derivadas del cubismo analítico, se prolongan en los ‘dibujos de rayos X’ de Zaha. La autora de paisajes cristalográficos y topografías fracturadas que demandaba al ingeniero Peter Rice «lo quiero todo torcido», propone hoy sin embargo espacios que fluyen y se penetran sobre territorios de metacrilato, reemplazando el ángulo agudo por la curva, el zigzag por el spaghetti, y las colisiones por los flujos. Seguirá haciendo flotar el hormigón, enredando rampas o agrupando columnas delgadas como bastones de lluvia; pero su vocabulario plástico estará desde ahora al servicio de su empeño por construir una arquitectura líquida.