El nombre de la enfermera Isabel Zendal, personaje clave de la extraordinaria expedición que llevó la vacuna de la viruela hasta los confines del Imperio Español en los primeros años del siglo XIX, parece oportuno para el nuevo hospital de epidemias de la Comunidad de Madrid. El homenaje a la enfermera es paralelo al que hiciera en abril pasado el NHS británico dando a los centros habilitados para enfermos del coronavirus el nombre de su más famosa enfermera y autora de las Notes on Hospitals, Florence Nightingale.
Pero el nuevo Hospital Isabel Zendal, como casi todos los proyectos, decretos o actuaciones nacidos a causa de la pandemia de 2020 se ha convertido en un objeto de polémica. La polémica del año de la covid-19 rara vez tiene forma de debate, sino casi siempre de dilema: o se elogia o se condena. La nueva instalación sigue así la tendencia auspiciada por los medios, las redes, los partidos o la llamada clase política. Y también, como en casos semejantes, se pedirá la opinión de profesionales, médicos, economistas o arquitectos sobre el objeto en disputa, de cuyo proyecto probablemente no fueron informados ni consultados, para recabar argumentos a favor o en contra más que para alimentar una deliberación útil.
Para esto último, sería conveniente considerar una cuestión que se destaca sobre el oscuro fondo que ofrece la estructura insostenible de gastos del sistema de salud. Y es que el IZ no es un hospital más, otro hospital del sistema. Ni siquiera es un hospital, al menos como los que conocemos, sino un centro de emergencias, que se resume en una gran UCI con muchas camas, y que como tal tiene que ver más con un campamento de refugiados, o con la Casa de la Buena Muerte de Calcuta, que con nuestros hospitales públicos de agudos o con los centros de especialidades del sistema de salud. No comparte con ellos sus programas, sus complejos tratamientos ni sus objetivos. Porque su razón de ser no es curar ciudadanos enfermos del extraño virus mutante, cosa que nadie sabe hacer ni por ahora se puede lograr, sino apartarlos a fin de salvar el sistema de la parálisis. Es preservar a los hospitales del sistema, a los grandes hospitales de la medicina científica que han tenido que abandonar a la población durante meses, que han suspendido sus intervenciones y que bastante tienen con defenderse de sus propias e irreductibles bacterias de hospital. La misión del IZ es obviamente salvar a quienes tienen pendiente la vida de su tratamiento en los hospitales de Madrid. Por eso es equívoco pensar como alternativa en reforzar medios humanos o técnicos en éstos, paralizados por un virus al que tampoco pueden combatir sino conllevar.
La explosión del virus en Wuhan nos mostró tempranamente que la pandemia requeriría improvisar grandes volúmenes y superficies para acoger cientos de camas, en paralelo con los casos de catástrofe natural, como las inundaciones o los terremotos. La construcción en plazo récord de una especie de enorme contenedor modular y medicalizado en el lugar origen del virus, caso ampliamente publicitado, parecía señalar la única solución posible: enormes alojamientos de emergencia, provistos de una pequeña dotación técnica de diagnóstico y algunos medios de tratamiento, casi como los de una casa de socorro de 1950. Pero ese precedente no fue bien recibido entre nosotros. De repente, y contra todo pronóstico, suponía volver al antiguo hospital de infecciosos, aquel invento de la Baja Edad Media para combatir las sucesivas y recurrentes pestes importadas de oriente. Otra vez aquel edificio donde las repúblicas italianas recluyeron a los enfermos para mantenerlos aislados fuera de la ciudad, el mismo hospital de infecciosos que se mantuvo hasta la llegada de los antibióticos en las afueras de todas las capitales europeas.
Resulta que desde los ochenta el hospital se ha convertido cada vez más en un centro de técnicas médicas y cada vez menos en un alojamiento de enfermos, acercándose al hospital ideal sin camas. Y ahora, cuando no tiene sentido medir la capacidad del sistema sanitario por el número de camas como en 1950, lo que se necesita es un edificio para miles de camas y tratamientos muy limitados. La cuestión angustiosa para los responsables de la sanidad es que de nuevo nos enfrentamos a una peste medieval, pero esta vez no podemos dominarla. Y nos proponen como inevitable una solución medieval, un hospital de infecciosos aislado. Contra toda esperanza, habrá que aceptar que la peste ha vuelto para quedarse, si queremos prevenir desde ahora lo que cualquier otro Wuhan pudiera poner en circulación. Y así se improvisó un hospital de campaña para infecciosos dentro de las instalaciones de la Feria de Madrid, IFEMA. Era como la solución inglesa para sus hospitales Nightingale, y también para acoger desde 500 a 5000 camas. Apenas este de Madrid o el de Wuhan fueron objeto de atención para los medios por su elemental arquitectura; el interés de los periodistas enfocó sobre ambos su aspecto de actuación sanitaria y política. La construcción acelerada por métodos de emergencia siempre tiene cierto interés técnico, pero la noticia da poco de sí.
La prevista segunda ola del coronavirus, ya un invitado habitual, dejó al descubierto la imprevisión de nuestra sanidad. En su desbarajuste autonómico, ha demostrado que apenas puede digerir el desafío de futuro global que plantean los virus mutantes, porque no encaja en ninguno de los presupuestos sanitarios o filosóficos de su competencia. Apenas ha respondido aún, salvo para pedir más dinero a una administración siempre renuente y opaca con el gasto de los hospitales. El IZ es una respuesta improvisada que intenta aceptar la mencionada vía Wuhan y trata de seguir la experiencia positiva de IFEMA, salvando los inconvenientes que ofrecía la instalación extemporánea en un recinto ferial; hay que recordar que para un hospital del sistema el coste de construcción es parecido al de un año de funcionamiento. El proyecto refleja casi literalmente la solución adoptada en los dos pabellones de la feria de Madrid, repartiendo unas mil camas en tres. Si el programa funcional ha sido redactado por el mismo equipo de IFEMA, se comprende esta aplicación directa de la experiencia anterior, e incluso el arrastre de la forma de organización espacial, desde la gran nave al contenedor plano, sin demasiada elaboración.
El triple proyecto, gestionado por procedimiento de urgencia, se repartió para su ejecución entre tres estudios con distinta experiencia y antigüedad en el diseño de los hospitales del sistema de salud. El hospital mismo, resuelto en tres cuerpos de hospitalización o tres módulos de camas, se encargó a Chile 15 (Alberto de Jorge). Aparte, un pabellón de servicios administrativos y un almacén sanitario general se encargaron a Aidhos (Alfonso Casares y Reinaldo Ruiz Yébenes) y a Argola (Luis González Sterling) respectivamente, y cada parte o módulo del edificio se adjudicaría a un contratista de obra. La idoneidad del proyecto arquitectónico es obviamente discutible y habrá que repartir el acierto o fallo en la elección del modelo elegido entre quienes impusieron el programa y el grupo que interpretó el programa y sus antecedentes, porque la arquitectura de lo público debe contemplar el mejor servicio. Siempre cabrá el alibi de la improvisación, de las prisas o de la opacidad de la administración respecto de los hospitales, pero esto es algo a lo que los arquitectos de hospitales están acostumbrados y deberían dar solución. Es lícito preguntarse si una triple nave tipo IFEMA, un gran espacio de camas dispuestas como un hospital de campaña, supuestamente de breve estancia media, es lo mejor para la atención y el bienestar de pacientes y personal sanitario. Pero hay más cuestiones en liza.
El debate sobre el IZ sería útil si en el mismo se planteara cómo dotar al hospital de epidemias y a su personal de una función discontinua o permanente, y cuál es su papel de tercero en competencia o colaboración con la pareja que forman el hospital de agudos y el centro de atención primaria, pareja de hecho resultante de la Ley de Sanidad vigente. Dado que no pretende ser propiamente un hospital de agudos, ni un hospital de reserva o de larga estancia, sino un alojamiento temporal para la epidemia que no pueda tratarse como enfermedad hospitalaria, habrá que tantear una función temporal compatible con su mantenimiento. Sin embargo, la función misma de la pareja hospital-centro de salud sigue hoy por hoy sin organizar eficazmente sus relaciones, sus competencias y sus presupuestos dentro del sistema de salud, a pesar de que el sistema se demuestra cada vez más insostenible. De modo que se trata de un debate con un confuso panorama de fondo.
Justo Isasi es autor del libro La arquitectura de la ciencia médica. The architecture of the medical knowledge, CEU Ediciones, Madrid, 2013.