Ciudad 

El impacto del turismo en las ciudades

¿Víctimas del viajero?

Francisco López Groh 
30/04/2017


«Hay que tener en cuenta las diferencias entre cantidad y calidad del crecimiento, entre sus costes y sus beneficios y entre el plazo corto y el largo. (...) Los objetivos de ‘más’ crecimiento deberían especificar de qué y para qué.» Las palabras del economista Simon Kuznets resultan especialmente adecuadas respecto a dos polémicas que han sobrevolado recientemente la euforia acerca de los datos del turismo en las ciudades: la implantación de una tasa turística en Madrid, por un lado; y el plan de contención y control de la oferta de alojamiento turístico en Barcelona, por el otro.

Merece la pena recordar los comentarios de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, al respecto: «No tiene sentido trabajar para atraer mayor número de visitantes y luego castigarlos con un impuesto a quienes están contribuyendo de alguna forma a que la economía crezca y a crear también empleo.» La tesis no es nueva. Se defendió cuando el negociante Sheldon Adelson quiso dotar a la capital de una ‘Las Vegas’ a cambio de crear una free zone laboral y fiscal.

En cualquier caso, la tesis esconde un antiguo y consolidado relato sobre el turismo en nuestro país que dificulta el análisis riguroso de sus efectos (positivos y negativos) en todos los ámbitos. Suspiramos con el ‘deseo’ de que este sector suponga un alivio para las atribuladas economías del sur de Europa e incluso para nuestras ciudades, atrapadas en su peculiar Secular Stagnation.

Sin embargo, ciertos factores ponen en cuestión esta euforia. Por una parte crece el consenso de los analistas en que la relevancia del sector turístico en el PIB está a la vez sobrevalorada y medida deficientemente: «El principal problema», sostienen autores como Larry Dwyer, Peter Forsyth y Ray Spurr (‘Evaluating tourism’s economic effects: new and old approaches’), «es que los supuestos que subyacen a la construcción de modelos input-output son tan irreales que exageran los efectos del crecimiento del turismo en el output del destino, los ingresos y el empleo», de forma que la aplicación de otras herramientas como los modelos CGE (Computable General Equilibrium for Tourist) o CST (Cuenta Satélite del Turismo) dan resultados sustancialmente inferiores en la cuantificación de la aportación de este tipo de turismo al crecimiento (hasta llegar a ser negativos), y ponen en evidencia el problema de la competencia por los recursos entre las distintas actividades, un efecto que han estudiado, entre otros, Juan Gabriel Brida (‘Impactos del turismo sobre el crecimiento económico y el desarrollo’) y Stanislas Ivanov y Creig Webster (‘Measuring the impacts of tourism on economic growth’).

Se trata de una competencia que ya había sido analizada en el caso del turismo de sol y playa en lo que respecta a los recursos naturales (y culturales), pero que había sido descuidada en el caso de las ciudades, hasta que los fenómenos de desbordamiento del consumo turístico la han puesto de relieve: competencia por el espacio público, competencia por la vivienda o competencia por el espacio de la actividad económica.

Por otra parte, los análisis sobre los beneficios macroeconómicos del turismo tienden a ignorar la distribución de dichos beneficios entre las partes implicadas, el capital de la industria turística, la población residente y los trabajadores. Por todo ello, resulta injustificado seguir sosteniendo sin más la bondad de un sector económico que tiene las peores ratios de performance socioeconómica: bajos salarios, alta temporalidad, baja productividad, escaso impacto inducido, baja inversión, etcétera. Si se tratara de otro sector de actividad, estaríamos pidiendo su reconversión.

En la ciudad, la competencia por ciertos recursos se hace difícil de percibir (competencia por el capital o competencia por la fuerza de trabajo) porque cae fuera del interés de la industria (y tampoco parece interesar a los agentes públicos). Pero la competencia por el espacio sí se muestra de un modo evidente: competencia por recursos vitales como la vivienda y por los bienes públicos/comunes, como las calles y plazas; una competencia agravada porque, al igual que ocurre en el caso del turismo de ‘sol y playa’, el espacio por el que se compite es un ‘bien escaso’, limitado casi en exclusiva al centro de las ciudades. La especialización turística fuerza la comercialización de los espacios públicos/comunes y conduce a la expulsión de las actividades que no producen beneficios mercantiles.

De igual modo, las consecuencias externas negativas del turismo se hacen cada vez más evidentes. Hace tiempo que el turismo de ‘sol y playa’ ha sido objeto de severas críticas por su contribución a la destrucción de hábitats, paisajes y recursos, y por la insostenibilidad en sí misma de los procesos de crecimiento ilimitado. Pero, aparentemente, las ciudades estaban a salvo de estos efectos negativos. El turismo en las ciudades parecía una actividad que sólo producía beneficios. Pero esta dinámica que Boris Groys califica como «era de la reproducción turística», cuyo rasgo principal es la homogeneización («cuando un turista llega a una nueva ciudad acaba viendo las mismas cosas que había encontrado en todas las ciudades»), conlleva efectos cada vez más destructivos en las ciudades, como la especialización o saturación de diversos espacios, además de sus muchos y evidentes impactos externos.

La eclosión del turismo en Barcelona (o en ciudades como Venecia o Florencia) ha mostrado de un modo muy patente los efectos negativos que produce esta actividad: desde el desalojo de la población residente, hasta la congestión urbana, pasando por la ocupación y mercantilización de los bienes públicos, la contaminación acústica o el desplazamiento de los ingresos hacia las rentas inmobiliarias.

Las advertencias citadas ponen en cuestión la euforia acerca de los beneficios del turismo en las ciudades. Son de celebrar en este sentido las medidas que se están implementando por parte de los ‘nuevos gobiernos urbanos’: planes de contención, rescate de espacios comunes o tasas específicas, que, como implica toda política verdaderamente innovadora, deberán ser testadas y actualizadas en función de su impacto.

Porque, más allá de las necesarias políticas sectoriales de eficiencia empresarial y justicia social la pregunta es: ¿no sería más adecuado, en tiempos de recursos escasos, desplazar el esfuerzo público que se emplea en la atracción del turismo (que la industria realiza de forma intensiva en todos los medios) a la planificación y atenuación y reparación de sus efectos negativos? Los gobiernos locales favorecieron en su momento la burbuja inmobiliaria; deberían observar atentos cómo se está hinchando esta nueva burbuja.

Francisco López Groh, urbanista, es autor de La producción del suelo y La regeneración de las áreas industriales.


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