Comencemos por el origen. Bajo la dirección de Stan Allen, el 18 de abril de 2009 se celebró un seminario en la Princeton University School of Architecture en el que cristalizaron toda una serie de conferencias e investigaciones —a cargo de Iñaki Ábalos, Vicente Guallart, Michael Jakob, Michael Maltzan, Mónica Ponce de León & Nahder Tehrani, Jesse Reiser & Nanako Umemoto, Fabian Scheurer, Marion Weiss & Michael Manfredi, y Mirko Zardini— sobre una idea común: la tierra, el paisaje, podía ser de nuevo una fuente de vitalidad para la arquitectura. El resultado, este libro, es probablemente un último acto de afirmación para el propio Allen, quien dejará su cargo como Dean al final del presente curso.
¿Qué es exactamente un landform building? Podríamos denominar así a un edificio cuyos criterios de proyecto propician —debido a su escala, geometría o proceso constructivo— un entendimiento paisajístico de su imagen, su espacio interior o su implantación. Una arquitectura, en palabras del editor, que «no ocupa el lugar, sino que lo construye». El volumen disecciona el fenómeno en cuatro apartados que, más que clasificar, añaden capas de profundidad: desde la analogía geológica y la cara metafórica de estas intervenciones (form-artificial mountains) a los matices inherentes a la escala y sus relaciones con las megaestructuras de los 1960 (scale-megaform; atmosphere) o el necesario componente espacial (vast interiors; process) y tectónico (fabricating terrain).
Una estructura clara y sistemática marca el ritmo —Lars Müller parte de experiencias previas, como Playfully Rigid o Nature Design, ambas de 2007— con un texto de arranque (siempre a cargo de Allen), una aproximación a través del mundo del arte (de Tacita Dean a Walter Niedermayr), estudios de caso (con distintos proyectos), entrevistas o escritos breves, y un artículo de cierre. Entre estos últimos, los textos rescatados para la ocasión de Kenneth Frampton (autor del término ‘megaforma’) y Reyner Banham (quien sirve de inspiración para el tercer capítulo) obedecen al propósito de instaurar conceptos fundacionales, mientras que los escritos inéditos de Michael Jakob (artificial mountains) y David Gissen (fabricating terrain), asientan el discurso de sus correspondientes apartados. Esa voluntad compiladora, tan norteamericana, hace que con la misma naturalidad se alternen proyectos de pertinencia evidente (The Mountain de BIG o el Rolex Learning Center de SANAA) con excursiones a lo lúdico (las rocas artificiales del zoo de Budapest). Finalmente, una genealogía y una suerte de índice temático permiten intuir una segunda vida para este volumen en forma de manual operativo.
Y dijo Le Corbusier: «la azotea jardín llega a ser uno de los sitios preferidos de toda la casa. Y es de gran importancia, en general, para las ciudades que quieran resarcirse de la superficie empleada en la construcción». Pero, sorprendentemente, apenas ocurrió nada. Hay que reconocerlo: de sus ‘cinco puntos de una arquitectura nueva’ (1926), este quizá sea el más ignorado, en contraste con la separación de la tierra «húmeda y oscura» que, sin embargo, sí se ha convertido en un recurso frecuente de la modernidad. ¿Significa eso que abogar por la integración paisajística supone la enésima revuelta contra el Movimiento Moderno, otra crítica tópica? Veamos. Landform Building no debería entenderse como una respuesta a esos principios, sino que es, como bien dice Iñaki Ábalos en la cita que abre el libro, un ejemplo de la voluntad integradora que debe adivinarse en cualquier actitud contemporánea. Las consecuencias del Movimiento Moderno se leyeron como tragedia (Charles Jencks) y luego como sátira vitriólica (Tom Wolfe). Por algún motivo, al contemplar la imagen a doble página de Banham cruzando el desierto en bicicleta, queda la sensación de que el enfoque de este libro quizá nos haga a todos más justicia; y pese a cargar (literalmente) con el mundo a sus espaldas, transita por caminos más ligeros y menos inquisitoriales, mientras cuestiona el principio de imposibilidad de los gigantes.