Opinión 

Una historia crítica

Introducción a la quinta edición

Kenneth Frampton 
07/12/2021


Es sin duda una pena que la sociedad humana tropiece con problemas tan candentes en el momento en que se ha vuelto materialmente imposible que se haga oír la menor objeción al discurso de la mercancía; en el momento en que la dominación, justo porque el espectáculo la pone a salvo de toda respuesta a sus decisiones y a sus justificaciones fragmentarias o delirantes, cree que ya no le hace falta pensar; y la verdad es que ya ni sabe pensar. (Guy Debord)

Tratar de ampliar un relato de la evolución del Movimiento Moderno en arquitectura en el momento de escribir este texto es una experiencia contradictoria y perturbadora. Aunque el nivel de talento y destreza profesional en este campo, en todo el mundo, es actualmente mayor que en cualquier otro momento de la historia, al mismo tiempo el mundo entra de un modo cada vez más profundo en un confuso estado de parálisis política total, hasta el punto de que nos vemos impulsados de mala gana a concluir que la especie humana ya no tiene la capacidad de actuar en su propio interés. En el nivel micro, la división tecnocientífica del trabajo es tal que somos capaces de penetrar cada vez más hondamente en los misterios de la naturaleza, pero al mismo tiempo somos las víctimas perennes de un triunfante capitalismo globalizado debido al cual, en el nivel macro, estamos empantanados en una lucha titánica con una naturaleza inhóspita que ahora ya está fuera de nuestro control.

El callejón sin salida del cambio climático en aumento –que ya era un hecho cuando se publicó la cuarta edición de esta historia en 2007– es cada vez más evidente hoy en día a medida que constatamos la crisis mundial de la democracia, acompañada de la histeria de la reacción política populista. Dado que este era ya esencialmente el estado de las cosas al inicio del nuevo milenio, he optado por eliminar el penúltimo capítulo de la cuarta edición y ampliar su contenido en una nueva Parte IV, que lleva prácticamente el mismo título: “La arquitectura mundial y el Movimiento Moderno”. Por consiguiente, el último capítulo de la cuarta edición, titulado “La arquitectura en la era de la globalización”, se ha conservado como una coda a la quinta edición, esencialmente con el mismo contenido, salvo algunos temas que se han incluido en la Parte IV.

Empecé a trabajar en esta historia en 1970, cuando la idea del Movimiento Moderno seguía siendo de uso corriente en el panorama arquitectónico londinense pese al hecho de que la locución “Movimiento Moderno” (Moderne Bewegung) había aparecido por primera vez en el libro de Otto Wagner Moderne Architektur (1896), algo que se desconocía en aquel momento. Aunque la locución aparece en las diversas ediciones del libro, el título de la última edición (1914) se cambió discretamente a Die Baukunst unserer Zeit (La arquitectura de nuestro tiempo). A lo largo de los numerosos relatos sobre la evolución del Movimiento Moderno en arquitectura, se aprecia una división entre los autores que prefieren aludir a un período de tiempo específico y otros, como yo, que –posiblemente porque hemos tenido formación de arquitectos– preferimos aludir al Movimiento Moderno de la misma manera que el arquitecto e historiador italiano Leonardo Benevolo, cuya Storia dell’architettura moderna en dos volúmenes, de 1960 –publicada por primera vez en español pocos años después, en 1963– aludía específicamente al Movimiento Moderno en el subtítulo de su segundo volumen. Sin embargo, a medida que avanzamos desde el libro pionero de Gustav Adolf Platz Die Baukunst der neuesten Zeit (La arquitectura de los últimos tiempos), de 1927, pasando por Space, Time and Architecture (Espacio, tiempo y arquitectura) de Sigfried Giedion, de 1941, y por European Architecture in the 20th Century (Arquitectura europea en el siglo XX), de Arnold Whittick, de 1950, hasta llegar a Theory and Design in the First Machine Age (Teoría y diseño en la primera era de la máquina) de Reyner Banham, de 1960, notamos que la asociación de la arquitectura con la modernidad se evita discretamente y, del mismo modo, no hay referencia alguna al Movimiento Moderno en un sentido vanguardista del término. En esta quinta edición, sin embargo, con frecuencia he tenido que volver a la idea del Movimiento Moderno aludiendo a los inicios de una arquitectura sensiblemente moderna en varias partes del mundo, con el título, decididamente abierto, de “La arquitectura mundial”.

La denominación “La arquitectura mundial” fue acuñada por primera vez en 2000 por la editorial China Architecture and Building Press, cuando publicó su ambicioso proyecto de mil edificios significativos de todo el siglo XX en todo el mundo, que habían sido seleccionados con ojo crítico por diez comités regionales. La obra se publicó en diez volúmenes, uno para cada región, con el subtítulo Un mosaico crítico, 1900-2000. Algo similar se intentó, solo para el período del milenio, en los cinco volúmenes de Atlas: Global Architecture circa 2000 editados por Luis Fernández-Galiano y publicados en España por la Fundación BBVA en 2007.

En la nueva Parte IV de mi relato, excesivamente ambicioso, he intentado elaborar, con la rúbrica de “La arquitectura mundial”, una síntesis de estas dos operaciones editoriales. He adoptado el enfoque aplicado por Fernández-Galiano de dividir con audacia el mundo en cuatro regiones transcontinentales (Europa, las Américas, África y Oriente Medio, y Asia y el Pacífico), mientras me muevo al mismo tiempo por todo el siglo XX para mencionar, aunque sea de modo provisional, no sólo los inicios del Movimiento Moderno en varias partes del mundo, sino también posturas relativamente recientes en las que dichos inicios parecen merecer su inclusión. Creo que es necesario añadir que –por muy anticuado que esto pueda parecer– el Movimiento Moderno fue en su momento inseparable del liberador proyecto moderno en el sentido en que lo definió el filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas, y que implica en última instancia un estado de bienestar socialista con independencia de la ideología política existente en un instante determinado del tiempo y en un lugar específico.

En este caso se ha hecho un esfuerzo por ampliar el alcance del libro con el fin de reparar el sesgo eurocéntrico y transatlántico de las ediciones anteriores de esta historia. Sin embargo, no ha sido posible ser tan exhaustivo como sugiere el título de la nueva Parte IV. Una explicación sería que hay un límite físico, más allá del cual el volumen se vuelve tan grueso y engorroso que ya no cumple su papel fundamental de obra de referencia idónea o libro de texto. El otro límite es el hecho embarazoso de que, pese a las mejores intenciones del autor, ninguna persona por sí sola puede suponer que va abarcar la vasta amplitud y complejidad de la arquitectura contemporánea tal como existe hoy en día, con independencia de si el foco de atención se pone en los ensayos pioneros, en gran parte olvidados, del Movimiento Moderno de las décadas de 1920 y 1930, o en los diversos acontecimientos sociopolíticos y culturales que han tenido lugar en todo el mundo durante el último medio siglo.

Aunque el contenido tratado en las Partes I y II de esta Historia crítica de la arquitectura moderna permanece en gran medida inalterado, se han insertado capítulos separados que abordan lo acontecido en Francia y Checoslovaquia entre las dos guerras mundiales. Al mismo tiempo, han surgido nuevas lagunas en la medida en que la arquitectura moderna en Rusia después de 1932 ha quedado deliberadamente excluida de este relato, al igual que la arquitectura de Europa del Este en general. Mi única justificación para esta draconiana omisión se debe en parte al hecho de que –como ha afirmado Ákos Moravánszky– después del hundimiento de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín en 1989, el poder intrínsecamente destructivo del capitalismo del mercado libre condujo a la adopción generalizada del llamado “estilo Moscú”. Este combinaba juiciosamente el estilo posmoderno internacional con cierta nostalgia por el Art Nouveau ruso, con el fin de crear un escenario apropiado para los bancos y los centros comerciales construidos durante la presidencia de Borís Yeltsin (1991-1999). Así pues, pese a las brillantes incursiones aquí y allá por parte de arquitectos de Europa del Este, ha resultado difícil hasta ahora distinguir indicios de una incipiente cultura regional de cierta trascendencia.

Pese a que en esta quinta edición se hace un esfuerzo conjunto por incluir grandes partes del mundo no eurocéntrico o, digamos, el mundo poscolonial, Europa sigue apareciendo, no obstante, en la Parte IV como un sector continental, porque entiendo que al seguir la taxonomía de Fernández-Galiano es necesario recoger ciertas obras canónicas de arquitectos destacados, en particular algunos escandinavos a los que antes se había pasado por alto inexplicablemente en las ediciones anteriores. Con todo, sigue habiendo muchas omisiones que son categóricamente difíciles de justificar, sobre todo en el sureste asiático: Taiwán, Tailandia, Vietnam, Malasia y Singapur.

Todo esto plantea la pregunta de qué entendemos por cultura de la arquitectura y cómo comenzamos a percibirla en primer lugar. Seguramente tendríamos que admitir que el Movimiento Moderno en arquitectura ha tenido, y sigue teniendo, un carácter decididamente ondulatorio: aparece, un poco sin previo aviso, se eleva hasta alcanzar su madurez y luego finalmente decae; y es posible que surja de nuevo prácticamente en el mismo lugar, pero en un momento completamente distinto y en una forma diferente, para comenzar el ciclo una y otra vez. A lo largo de esta historia he hecho un esfuerzo por poner de relieve este carácter cíclico no sólo con respecto a los inicios eurocéntricos del movimiento, sino también en cuanto a su manifestación en la arquitectura contemporánea en el mundo en general. Con este fin, he indicado de vez en cuando el modo en que ciertas transformaciones políticas y socioeconómicas han tenido repercusión no sólo en el ciclo de vida de determinado impulso cultural, sino también en el programa y el carácter de una incipiente forma medioambiental.

Todo esto ha configurado mi enfoque para documentar la difusión del Movimiento Moderno a lo largo del tiempo. Al afrontar cada extenso sector continental y los subconjuntos nacionales de los que necesariamente está compuesto, he intentado adoptar siempre el mismo procedimiento: comenzar con una breve documentación del Movimiento Moderno, y luego pasar de golpe a manifestaciones más recientes de impulso similar. Esta constante doble mirada a grandes períodos de tiempo ha supuesto tener que recurrir a las ilustraciones en una medida mucho mayor que en las ediciones anteriores de esta historia, porque es difícil transmitir la naturaleza, a menudo sumamente articulada, de la arquitectura reciente, que –aunque en modo alguno es posmoderna–, incorpora, no obstante, un carácter táctil y microcósmico que es difícil de transmitir con palabras.

Uno de los retos de escribir un relato acerca de un frente tan amplio es la disyuntiva de los criterios por los cuales uno decide incluir o excluir una obra en particular. Pese al intento constante de mantener cierto nivel de objetividad, hay una ineludible subjetividad que determina las elecciones de cada cual. Tal vez este sea el significado último de la expresión “una historia crítica”, en la medida en que el relato histórico se funde tanto con la crítica como con la teoría, lo que sirve para justificar el extenderse sobre una obra o un tema en particular que uno valora, a expensas de otros que, debido al tiempo, el espacio y los polémicos prejuicios, uno elige ignorar. Por supuesto, no hay una historia absoluta, ya que –como dejó claro Edward Hallett Carr en su libro ¿Qué es la historia?– cada época escribe su propia historia y, en este sentido, crea un ámbito en el que esperamos participar de una manera culturalmente significativa.

Resulta irónico que la primera edición de esta historia, escrita por un arquitecto, y comprometida con “el inacabado proyecto moderno” –por usar la memorable expresión de Jürgen Habermas–, se publicase el mismo año en que se celebró la primera biennale de arquitectura, organizada en Venecia en 1980. Esa exposición, comisariada por Paolo Portoghesi, estuvo dedicada a exaltar el pastiche historicista de la arquitectura posmoderna, con el lema “El fin de la prohibición y la presencia del pasado”.

Desde entonces, las sucesivas ediciones de esta historia –de las que la presente es la quinta y ha sido considerablemente ampliada– han estado dedicadas, de un modo u otro, a la continuación del proyecto moderno entendido como una arquitectura liberadora. Sin embargo, ha ido quedando cada vez más claro que bajo los auspicios de un consumismo antiecológico y neoliberal que exacerba continuamente la mala distribución de la riqueza, las perspectivas de cualquier clase de asentamiento racional sobre el terreno, y mucho menos del urbanismo, son sumamente limitadas, por no decir totalmente inexistentes. En el mejor de los casos, lo que queda para el ejercicio crítico de la arquitectura a gran escala son en su mayoría megaformas horizontales concebidas como paisajes artificiales con el fin de incluir algún vestigio de lo cívico y oponerse a la universal carencia del sentido del lugar que se aprecia en el entorno en su conjunto.

Kenneth Frampton ha celebrado su 90 cumpleaños publicando la quinta edición de su Historia crítica de la arquitectura moderna, que desde su aparición en 1980 es una referencia esencial. Esta última edición, que será publicada por GG traducida por Jorge Sainz, y de cuya introducción reproducimos una versión abreviada, amplía su contenido con la arquitectura de geografías a menudo olvidadas en los relatos convencionales.


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