Territorios del riesgo

Luis Fernández-Galiano 
31/05/2018


En un mundo líquido, la seguridad se disuelve. Zygmunt Bauman, que murió a principios de año, teorizó la modernidad distópica que hoy exhibe el planeta. Cuando las estructuras sólidas se transforman en flujos imprevisibles, la sociedad del riesgo que describió hace tres décadas su colega Ulrich Beck deviene la norma, y nadie puede sentirse a salvo de las catástrofes materiales o las convulsiones geopolíticas. De los riesgos climáticos o tecnológicos a los bélicos o terroristas, las sociedades contemporáneas se asientan sobre territorios precarios donde lo único seguro es el cambio.

Trump y las ‘Silence Breakers’ fueron portada, incendios como los de Portugal e inundaciones como las de Houston nos mostraron nuestra fragilidad, y Cataluña se vio golpeada por el terrorismo y el conflicto.

Más allá de los conflictos de Afganistán, Irán o Siria, y más allá también del terrorismo islamista cotidiano, el pulso nuclear de Corea del Norte nos ha acercado al borde del abismo; y más acá de las catastróficas inundaciones o los devastadores incendios, las pugnas económicas, políticas y simbólicas en el ciberespacio han abierto un continente nuevo de inestabilidad y riesgo. De la supuesta intervención rusa en las campañas estadounidenses, del Brexit o catalanas a la supervisión digital universal o la burbuja de las monedas virtuales, el mundo comienza a parecerse a Black Mirror. En este contexto donde proliferan cisnes negros, el año contempló la aparición de las ‘Silence Breakers’ en Estados Unidos, vio consolidarse a Xi Jinping en China y a Putin en Rusia, dio esperanzas a Europa con la elección de Macron en Francia, y trajo tribulaciones a España con el atentado de Barcelona y la eclosión desafiante del secesionismo catalán.

Enmadejados por las redes, y bajo el diluvio exponencial de los datos, seguimos siendo cuerpos físicos que habitan en construcciones materiales, y acaso ello sea un signo de esperanza para una profesión irremediablemente arcaica, guiada por una disciplina que valora la continuidad y la historia. La memoria, sin embargo, antaño soporte de cualquier conocimiento, se debilita hoy por falta de ejercicio, al ser la información tan asequible y oceánica, y quizá por este motivo compensamos la amnesia con las conmemoraciones: no recordamos nada, pero celebramos todas y cada una de las efemérides.

En nuestro pequeño planeta de la arquitectura, los 20 años de la inauguración del Guggenheim bilbaíno rivalizaron con los 40 de la apertura del Centro Pompidou y con los 80 de la Expo parisina que dio luz al Guernica en el pabellón de Josep Lluís Sert, mientras Barcelona celebraba los 25 años de sus Juegos Olímpicos y su transformación urbana, y Holanda los 100 años de De Stijl. El centenario de la Revolución de Octubre y su imaginería constructivista fue conmemorado de forma más crítica y ambigua, mientras los del ingeniero y arquitecto uruguayo Eladio Dieste y del felizmente vivo chino-americano I.M. Pei pasaron casi inadvertidos; ojalá los cuatro que irán jalonando el 2018 —el holandés Aldo van Eyck, el danés Jørn Utzon, el español Franciso Javier Sáenz de Oíza y el estadounidense Paul Rudolph— reciban la atención que merecen.

Los socios de RCR recibieron el Pritzker, Foster abrió su Fundación y una exposición en Madrid, y tanto AV como Arquitectura Viva llegaron a su número 200, tras más de tres décadas publicando obras y personajes. 

El año tuvo para España momentos felices: los tres componentes del estudio de Olot RCR —Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramon Vilalta— recibieron en Tokio el premio Pritzker, veinte años después de hacerlo en Los Ángeles Rafael Moneo, que por su parte celebró su 80 aniversario con el japonés Praemium Imperiale y con el Premio Soane, otorgado al navarro en su primera edición; el británico Norman Foster, en un ejercicio que le vio también culminar las sedes de Apple en California y de Bloomberg en Londres, presentó con un foro internacional su Fundación en Madrid, alojada en un palacete beauxartiano al que ha añadido un refinado pabellón de vidrio, e inauguró en el Espacio Telefónica una exposición de su obra enhebrada por los conceptos de futuro y lo común; y el italiano Renzo Piano terminó en el frente marítimo de Santander el icónico Centro Botín, su primera obra española, si no contamos la pequeña base levantada en Valencia para el Luna Rossa con ocasión de la Copa América.

Y si en el ámbito político el año estuvo marcado por el conflicto de Cataluña y por la dramática división creada en la sociedad catalana, en el cultural se asistió a un florecimiento vigoroso de la joven arquitectura de esta comunidad, que también vio homenajear con el Premio Nacional al veterano estudio barcelonés de José Antonio Martínez Lapeña y Elías Torres. De las luces y de las sombras han procurado ir dando cuenta tanto AV Monografías como Arquitectura Viva, que llegaron simultáneamente a los 200 números tras un itinerario que supera ya las tres décadas, celebrando este hito con un número monográfico —‘Doscientos’— que propone un canon accidental: 50 libros, 50 revistas, 50 exposiciones y 50 películas y fotógrafos destacados de los últimos cincuenta años.

En el mundo se completaron edificios tan emblemáticos como el Louvre de Jean Nouvel en Abu Dabi —una cúpula que protege el arte con la sombra de sus ingrávidas celosías metálicas— o la biblioteca de Rem Koolhaas/OMA en Qatar; tan refinados como la Fondazione Feltrinelli de Herzog & de Meuron en Milán o la biblioteca de RCR en Gante; tan innovadores como el Museo Bunker o la sede de Lego de BIG, ambos en Dinamarca, o como el MAATde Lisboa o la ampliación del Victoria & Albert londinense, obras ambas de Amanda Levete; tan insólitas como el Palacio de Congresos y Exposiciones de Plasencia de Selgas Cano o el Museo Zeitz de Ciudad del Cabo de Thomas Heatherwick; y tan alternativos como la cúpula de Anna Heringer en la Bienal Internacional de Arquitectura de Bambú celebrada en China o el pabellón de Francis Kéré para la Serpentine Gallery.

Amanda Levete en Lisboa y Renzo Piano en Santander completaron en la península ibérica edificios al borde del agua, mientras Rem Koolhaas en Qatar y Jean Nouvel en Abu Dabi inauguraron en el Golfo obras icónicas.  

Y se celebraron las trayectorias de Toyo Ito con la Medalla de Oro de la UIA, de Neave Brown con la del RIBA y la de Paul Revere con la del AIA, mientras los premios a edi-ficios fueron el Mies al bloque de viviendas deFlat de NL Architects y XVW architectuur, el Stirling al muelle de Hastings de dRMM, el FAD al Museo de las Colecciones Reales de Mansilla y Tuñón, que también recibió el de Arquitectura Española conjuntamente con el Palacio de Congresos de Palma de Francisco Mangado, mientras la medalla del CSCAE fue igualmente compartida entre el estudio catalán de Enric Batlle y Joan Roig y el madrileño de Rafael de La-Hoz, a los que se añadieron la consultora GEA 21 y la Directora General de Arquitectura de la Junta de Extremadura Mª Ángeles López Amado.

Es inevitable cerrar estos balances con el capítulo de pérdidas, y en España despedimos al autor de las madrileñas Torres de Colón, el también promotor y constructor racionalista Antonio Lamela; al experto en vivienda Fernando Ramón; al renovador de la cultura ca-naria Rubens Henríquez; a Enric Tous, socio del innovador despacho barcelonés Tous y Fargas; al profesor de construcción y director de la ETSAM Luis Maldonado; al escultor y arquitecto onírico de Barcelona Xavier Corberó; al especialista en arquitectura escolar Luis Vázquez de Castro; y al socio de la mítica oficina MBM Josep Martorell.

Por su parte, en el mundo se lamentaron las pérdidas del japonés Kazuhiro Kojima, del alemán Albert Speer Jr. y del estadounidense John Portman, así como la de un elenco excepcional de historiadores de la arquitectura: el californiano James Ackerman, el italiano Leonardo Benevolo, el británico Paul Oliver, el austriaco Eduard Sekler y el estadounidense Vincent Scully, todos ellos nonagenarios, nos dejaron en un annus horribilis para esta disciplina, y el consuelo que pueda encontrarse en la persistencia de sus libros es tan magro como el que ofrecen los edificios de los arquitectos desaparecidos. 


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