Exposición 

Semillas de porcelana

Ai Weiwei en la Tate, un paisaje poético y político

Luis Fernández-Galiano 
30/06/2010


Ai Weiwei ha alfombrado la Tate londinense con cien millones de pipas de girasol. Realizadas en porcelana y pintadas una a una por un ejército de 1.600 artesanos, las delicadas semillas cerámicas cubren el suelo de la gigantesca Sala de Turbinas con una gruesa capa que cruje bajo la pisada, formando un paisaje interior que es a la vez un manifiesto poético y una declaración política. El artista, arquitecto y activista chino, que diseñó con Herzog y de Meuron el ‘Nido de pájaro’ de los Juegos de Pekín, ha alcanzado con sus Sunflower Seeds una rara amalgama entre la excelencia estética y el compromiso ciudadano. Los contrastes de la China actual, pero también los dilemas de nuestro mundo, están encapsulados en esa extensión interminable de semillas iguales y distintas.

La singularidad de estos objetos diminutos, que pese a su número rehúyen la reproducción mecánica, remite al conflicto entre individuo y masa que, si en China se manifiesta de forma dramática, tampoco es ajeno a nuestras sociedades urbanas. Al cabo, la irritación de los dirigentes chinos con la concesión del Nobel a Liu Xiaobo traduce el desconcierto ante la celebración de una minúscula pipa de girasol que pone los derechos humanos individuales por encima del bienestar material de millones de personas, en el marco unánime del consumismo-leninismo que legitima el régimen y de un auge económico que ha multiplicado la autoestima del ‘País del centro’.

Poco después del sorpasso de Japón por China en agosto de 2010, y con ocasión de sendas conferencias en las universidades de Tongji y Tsinghua, dos instituciones en Shanghái y Pekín donde se forman las élites del país, he podido oír a jóvenes de ambas ciudades expresarse en casi idénticos términos: «somos los estudiantes de la segunda potencia, y dentro de quince años seremos los dirigentes de la primera». Ante tal aplomo, no es posible evitar el contraste con nuestros propios jóvenes, empujados por la crisis a elegir entre el estancamiento interior y una emigración que drena a España de los mejores y despilfarra los recursos empleados en su formación.

La instalación de Ai Weiwei evoca, con su abrumadora multiplicación de elementos, la colosal potencia demográfica de China, y a la vez evita la exaltación nacionalista al elegir como símbolo las humildes pipas de girasol, que se compartían como un gesto de solidaridad humana y de amistad «en un tiempo de extrema pobreza, represión e incertidumbre». El artista, hijo del poeta Ai Qing, pasó su infancia y primera juventud en el remoto campo de trabajo al que su padre fue deportado durante la Revolución Cultural, y él mismo emigró a los Estados Unidos en cuanto tuvo ocasión, regresando a China en 1993 tras más de una década en Nueva York. Esa experiencia biográfica está presente en una obra a la vez radicalmente china y profundamente crítica, que combina un material tan precioso y característico del país como la porcelana con la cita cáustica de los omnipresentes retratos de Mao rodeado de girasoles vueltos todos hacia su luz deslumbrante.

Si la repetición de objetos cotidianos puede entenderse en clave pop, aquí el número de ellos es tan extraordinario que aproxima la obra a la estética romántica de lo sublime, por más que el mero esfuerzo logístico de la ejecución demande la habilidad pragmática del arquitecto de grandes construcciones, como el nuevo aeropuerto proyectado por Norman Foster en Pekín, la mayor obra del planeta, que Ai Weiwei documentó fotografiándolo cada semana durante tres años. Las semillas de porcelana reunidas en la Tate, como cualquier objeto de ese material exquisito, requieren un proceso que consta de treinta operaciones diferentes, desde la extracción del caolín hasta el último horneado, y puede suponerse el desafío, amén de la inyección económica, que el proyecto supuso para Jingdezhen, una antigua ciudad que vive aún de este arte o industria languideciente.

Cien millones, desde luego, es una cifra difícil de imaginar, y sin embargo Ai Weiwei subraya que es sólo una cuarta parte de los usuarios chinos de Internet, a los que el artista se dirige con un blog cultural y político que le ha procurado diferentes problemas con el gobierno, desde la censura experimentada por sus denuncias de las construcciones escolares deficientes que causaron la muerte de miles de niños en el terremoto de Sichuan hasta las agresiones físicas y la videovigilancia de su casa y estudio. Pero la red y los nuevos medios son el territorio donde se desarrolla hoy el diálogo artístico y político, y si Hu Jintao o Wen Jiabao invitan a la población a escribirles e-mails y celebran chats en la red, Ai Weiwei instala en el pabellón danés de la Expo de Shanghái una cámara idéntica a la que vigila su casa para transmitir a Copenhague imágenes de la Sirenita ausente y de sus visitantes, que de vez en cuando aprovechan ese canal abierto para hacer llegar mensajes disidentes.

Artesanal y masiva, la instalación de la Tate juega también con el equívoco de lo falso, inevitablemente asociado al oceánico comercio chino de réplicas y copias, aunque aquí invertido, porque lo que semeja una ínfima pipa de girasol es de hecho un exacto objeto de refinada porcelana. La realidad del país es justamente la opuesta, inundado como está de reproducciones ilegales y baratas de productos occidentales, en un mercado próspero y dinámico que se sitúa al margen de la propiedad intelectual, y que no excluye revistas de arquitectura como las nuestras, traducidas al chino y vendidas en puestos callejeros de los campus universitarios por un precio muy inferior al que tienen en España. En eso también nos ganan, y a esa realidad fascinante y contradictoria remiten asimismo los cien millones de falsas semillas de girasol de Ai Weiwei en Londres, donde las autoridades han prohibido que se sigan pisando para no exponer a los visitantes al polvo que se desprende. El Gran Hermano cuida de nosotros, véanla en la red.


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