Lo único que van a conseguir los ecoagresores es que a la prohibición de los paraguas, los bolsos y las botellas de agua se sume la obligación de poner los cristales delante de las obras para protegerlas.
La pregunta es, sin duda, más elaborada que la acción: qué sentimos al ver la belleza agredida frente a nuestros ojos en un museo neerlandés, en la National Gallery de Londres o en cualquier otro museo del mundo. La respuesta es obvia: horror, indignación. Entonces, continúa el discurso de los activistas del clima que tienen su baza más sólida en la difusión por las redes de sus performances, reflexionemos un instante. Ante La joven de la perla, de Vermeer, había cristal y el daño ha sido menor, pero ¿qué pasa con el planeta? Ningún cristal lo protege y nuestro modo de vida está echando sin tregua sobre ese ser frágil botes de tomate o puré de patata.
Los activistas insisten en que en sus acciones —la más reciente sucedió el sábado en Madrid, cuando dos personas se pegaron a los marcos de La maja desnuda y La maja vestida de Francisco de Goya en el Museo Nacional del Prado— hay siempre damage control: nunca se les habría ocurrido verter puré o tomate sobre una obra sin protección. Sin embargo, cuando se llevan a cabo este tipo de acciones parece imprescindible tener en cuenta el efecto llamada que pueden producir...
El País: Puré de patata sobre Monet