Metonimia: Cristina Iglesias en el MNCARS
Trampantojos y laberintos
Y el visitante va andando bajo los fondos marinos, vegetales y misteriosos. De pronto tiemblan apenas y se convierten en el techo a un tiempo severo y protector. En este trastocamiento tan inesperado —con algo de prodigio y de vértigo— las cosas adquieren la apariencia auténtica de las cosas, de lo que fueron, de lo que van a ser incluso, de lo que podrían haber sido... El paseo se vuelve entonces asombro, sorpresa infinita. Es tan sólo un instante lo que se tarda en traspasar el umbral invisible que sugiere cada obra de Cristina Iglesias. Luego, debajo —ya dentro, más bien— el océano vegetal invertido nos envuelve como una cúpula misteriosa y alterada, nos procura el cobijo ambivalente de la casa del padre; cierta pertenencia terca y mágica que nos paraliza casi: no querer salir y, a la vez, necesitar volver al punto de partida. Pues la casa del padre convive en nosotros como ambigüedad, frontera obstinada. Es la metáfora más poderosa de lo liminal: querer y no querer quedarse, necesitar y no necesitar quedarse, que despierta un lugar otro donde se apela al pasado, al transcurso, el relato primero. Que se abran las puertas. Que se abran de par en par...