Si cada época tiene su propia idea de la historia y por tanto construye sus propios museos, la nuestra ya tiene uno que define de manera ejemplar las aspiraciones del siglo XX: el Museo del Cine que, tras un largo y complejo proceso, acaba de terminar Renzo Piano en Hollywood. Será, sin duda, un museo para todos los públicos, también para los fetichistas, que podrán buscar en el dédalo de elegantes salas los storyboards de Hitchcock, los trajes de Cary Grant, las tablas de Los diez mandamientos, la primera máscara de Alien y, por supuesto, el objeto que simboliza el glamur ya un tanto deslucido de Hollywood: la estatuilla original de los Óscar.
En su búsqueda amable, los visitantes comenzarán por la parte expositiva alojada en lo que un día fue sede de los grandes almacenes May Company, un ejemplo de art déco angelino que Piano ha rehabilitado con exquisito cuidado. Después, y atravesando una tecnológica cavalcavía, accederán al espectacular anejo —un edificio para Hollywood tiene por fuerza que ser ‘espectacular’— que Piano ha denominado la ‘burbuja’, y que es en realidad una esfera truncada de hormigón armado y vidrio que acoge un teatro de 1.000 butacas y que formalmente evoca un planetario. La burbuja se corona con un mirador con vistas de 360 grados sobre el famoso perfil de Los Ángeles. Unas vistas, por supuesto, espectaculares.
El Museo del Cine no es la mejor obra de Piano en los Estados Unidos, pero no cabe duda de que acabará siendo la más visitada y conocida. Hollywood, al cabo, es La Meca.