El tiempo va almacenando información en la materia y hace de ella un documento. Que podemos leer la materia para comprender el tiempo es algo que saben bien los arqueólogos, voraces hermeneutas de los restos dejados por civilizaciones del pasado, intérpretes de esas cifras entrópicas a cuyo conjunto han dado un nombre afortunado: ‘cultura material’.

La cultura material se lee en los estratos del yacimiento arqueológico, pero también en las construcciones del pasado que, ora en forma de ruinas ora manteniéndose en pie, perviven en el corazón de nuestras ciudades y pueblos, acosadas por la entropía física que erosiona la materia, pero también por otra entropía, de índole social, que produce desorden y fealdad y es fruto del desarrollismo desenfrenado. La modernidad intentó conservar los edificios de antaño convirtiéndolos en ‘monumentos’, es decir, ensalzando su contenido histórico a la condición de objeto de culto; de ahí que haya sido tan difícil mantener un trato natural con nuestro pasado, que se ha protegido en la misma medida en que se ha alejado de nosotros. Así, el aura que hemos conferido a las ruinas es una especie de campo magnético que, a la vez que nos atrae, nos repele y nos impide leer en la materia del ‘monumento’ los mensajes que aún podrían seguir teniendo significado para nosotros.

Con todo, hay situaciones en que la ruina o el edificio ‘patrimonializado’, lejos de ser meros objetos del culto entrópico, se convierten en ocasiones para enriquecer el proyecto moderno, imponiéndole su presencia única pero abriéndolo, al mismo tiempo, a mecanismos que es de prever que cada vez nos vayan resultando más familiares: la superposición, la cirugía, el reciclaje, el desmontaje, el collage, el cambio de uso, la pátina, la demolición. Todas ellos están presentes de en los doce ejemplos seleccionados en estas páginas, cuyo reto compartido es hacer de los restos del pasado —iglesias, monasterios, palacios, fortalezas o simples locales en cascos históricos— una realidad viva que, a la vez que contiene, mantiene o incluso pone en valor el aura del pasado, requiere estrategias que apuntan al futuro. El tiempo construye.