Patrimonio en Cataluña
El tiempo construye
Las generaciones más jóvenes de arquitectos han demostrado que la arquitectura catalana podía ir por derroteros distintos a los de la sofisticación cosmopolita ligada al disseny y a Barcelona. Es cierto que la pedagogía y la profesión en Cataluña han seguido moviéndose, en buena medida, con la inercia del optimismo irradiado de la ‘ciudad de las prodigios’ durante las décadas de 1980 y 1990. Pero no es menos cierto que, con el tiempo, el modelo ligado al civismo mediterráneo de la capital catalana, y ligado también a una corta familia de indiscutibles arquitectos ‘de marca’, ha dejado paso a otros escenarios más complejos cuyo espacio comparten tanto las ‘vacas sagradas’ del diseño como los arquitectos jóvenes o con otras preocupaciones.
Arquitectos jóvenes o distintos que han sabido contrarrestar la centralidad de Barcelona trabajando desde localidades periféricas, y que, en lugar de ceñirse a los discursos recurrentes, han optado por atender con radicalidad a las constricciones reales de cada lugar o emplazamiento, en un empeño que ha traído aparejadas lecturas sobre la materialidad, la sostenibilidad y el patrimonio que al cabo aproximan los intereses de los arquitectos catalanes a los del resto de España y Europa.
Entre estas nuevas lecturas y preocupaciones, una de las más fructíferas ha sido la del patrimonio. Coartados por la crisis económica —que ha sido también una verdadera crisis de oportunidades—, los arquitectos en Cataluña han sido capaces de hacer de la necesidad virtud, reconociendo que, en los tiempos que vienen, será más probable construir sobre lo construido que levantar edificios de nueva planta. El patrimonio, en este contexto, no es una limitación, sino una oportunidad de insertarse en la historia combinando lo nuevo y lo viejo a través de soluciones tipológicas y materiales donde los afanes sostenibles desempeñan casi siempre un papel fundamental.
Tal es el caso de los cuatro ejemplos seleccionados en este dossier, que pertenecen a contextos catalanes de diferente carácter y presentan modos diversos pero complementarios de entender la intervención en el patrimonio hoy. En el primero de ellos —la recuperación de la Torre de Merola en el municipio barcelonés de Puigreig—, Carles Enrich consolida una atalaya militar del siglo XIII mediante una escultórica pieza de madera; en el segundo —la recuperación de la fábrica Can Batlló en Barcelona—, Josep Maria Julià respeta escrupulosamente la fachada al tiempo que integra en el edificio el nuevo programa; en el tercero —la renovación de un recinto fabril en la población gerundense de Vilajuiga—, Twobo y Luis Twose convierten la memoria del agua en el desencadenante del proyecto; y, en el último —la Casa Rec, en la localidad barcelonesa de Igualada—, Vicente Guallart opta por una radical y poética operación de vaciado.