La casa Moratiel, o MMI, fotografiada por Francesc Caíala Roca en 1957, vivió hasta que José María Sostres murió. Y, entonces, se hicieron los dos silenciosamente ejemplares. Mientras vivió fue recibiendo las marcas de los días y las cosas: le hicieron un alerito prominente en la entrada, taponaron la transparencia de la fachada a la calle con una puerta de cuarterones, cubrieron el patio con unas placas onduladas de fibrocemento con el fin de ampliar la sala, etcétera. Luego vino un erudito —que parece haber tenido como misión en la vida ser el perseguidor y la contrafigura de Sostres— y le dio la puntilla, al convertirla en una infame casucha vagamente ibicenca. Sucedió en 1984, precisamente el año en que nuestro arquitecto murió. «Aquesta fi estava prevista. En certa manera ha estat preferible» [Ese fin estaba previsto; en cierta manera ha sido preferible], había respondido Sostres cuando, en 1975 —y a propósito de la reforma destructiva de la casa Agustí, allá por el año 1965— se le preguntó por el efecto que le causaba la desaparición de sus obras. Y también recitó el verso de Joan Vinyoli, «Jove perdures sempre més» [Lo joven perdura siempre más], para referirse a la idea de que el testimonio fotográfico conservaría para el futuro el valor ejemplar de la obra a través de su apariencia fresca y nueva, en plena juventud. Así pues, aquel sujeto negativo estaría destinado, sin saberlo, a cumplir una misión que, en clave hegeliana, iba a servir a los fines de Sostres...[+]