Materias recicladas
«Asombrado, el viejo Dersu Uzala descubre a los soldados del ejército ruso disparando a una botella colgada de una cuerda:
—¿Para qué botella romper? ¿En Taiga dónde botella encontrar? Gastar por gusto cartucho estar mal.
—Prueba, abuelo, dispara tú.
Dersu dispara a la cuerda desde más de diez metros, acierta, se acerca, se agacha y se lleva la botella. Para el gran cazador de la Taiga la botella era ‘gente’ y, seguro, tendría alguna utilidad en el futuro.»
Esta pequeña historia muestra que el impulso por reutilizar no tiene que ver tanto con el compromiso hacia el ahorro como con el reconocimiento de su valor intrínseco. Del valor de lo material y de lo inmaterial. De todo aquello que es capaz de sugerir.
Lo cierto es que, en muchas ocasiones, la decisión de reciclar no viene determinada por la economía, ni por el gasto energético, sino por algo más natural, más intuitivo, más inmediato, más inteligente. Tal vez por la comodidad, porque está más cerca, porque forma parte de nuestro pasado o sencillamente porque ocupa un lugar y ese lugar puede ser interesante para otros propósitos. Se reutiliza, también, para no inventar, para aprovechar. Se trabaja como un ‘vago constante’ al que le basta con observar el mundo desde otro punto de vista. Reciclar es cambiar de ubicación, de función o de pensamiento. Se trabaja con lo que se tiene al alcance, se van descubriendo, poco a poco, las oportunidades, sobre la marcha, viviendo, ordenando y desordenando.
Sin embargo, como actitud a priori, el reciclaje corre el riesgo de convertirse en un objetivo estético. Si la idea llega antes que la oportunidad, si la voluntad es previa a la necesidad, si esto sucede, es probable que nos estemos aproximando, una vez más, al persuasivo mundo de la moda. Pero eso es otra historia.
Mediante la reutilización, por otro lado, se hereda inevitablemente una vida anterior. Es una manera de tomar prestadas historias que ya nadie escuchaba. A nosotros nos toca insuflarle vida a las piedras, para que no estén tiradas por ahí, como animal muerto, al menos así nos lo contaba Joseph Beuys en su particular visión del ready-made. Animales que algún día estuvieron vivos. No se interpreten estas notas como un recuerdo del arte povera.
Como un ladrón de historias, el arquitecto, con el material entre las manos, se debate entre lo romántico y lo estrictamente ético, en un equilibrio inestable.
Termino, asimismo, robando una cita que Félix Solaguren me envió y que él a su vez rescató del libro Récréations Mathématiques et Physiques de Jacques Ozanam, en su edición de 1778, cita que este último recicló de la introducción del Libro Sexto del célebre tratado de Marco Lucio Vitruvio Polion, Los Diez Libros de Arquitectura, para ilustrar que el hombre se tranquiliza haciendo uso de su propio pasado para construir su futuro. La cita dice así: «Aristipo, discípulo de Sócrates, víctima de un naufragio, fue arrojado a las costas de la isla de Rodas y, al advertir unas figuras geométricas dibujadas en la arena, cuentan que gritó a sus compañeros: ‘Tengamos confianza, pues observo huellas humanas’.»