Más en menos

Luis Fernández-Galiano 
30/11/2009


Mínima escala y máxima intención: tal ha sido el hilo conductor de las obras reunidas aquí. La pequeña dimensión fue siempre un excelente campo de ensayos arquitectónicos, y ha dejado en la historia numerosos ejemplos de obras maestras. Cada mutación de las intenciones o el lenguaje se ha experimentado antes con diseños de tamaño limitado: a menudo con construcciones reducidas, pero también con instalaciones efímeras, muebles-manifiesto, interiores programáticos, intervenciones en el paisaje o jardines que son arquitecturas abreviadas. Desde el exquisito Tempietto de San Pietro in Montorio a los múltiples pabellones de la modernidad, la obra diminuta —a menudo también con nombre diminutivo— es en algunas ocasiones un ejercicio que precede a la grande, pero con frecuencia también una pieza de valor intrínseco. La comparación a la misma escala de un pilar de la Basílica de San Pedro, de Bramante y Miguel Ángel, con la planta entera de San Carlo alle Quattro Fontane, la iglesia de Borromini que los romanos llaman San Carlino, muestra que la dimensión limitada no llega a ser nunca un obstáculo para la grandeza artística. 

Por otra parte, el tamaño reducido conlleva asimismo un uso menor de recursos materiales y energéticos escasos, de manera que parece más en sintonía con la necesidad de intervenir de forma delicada en un planeta frágil, sometido a la abrasión del exceso y el despilfarro. La contracultura de los años setenta —a la que ahora tanto se recurre en busca de inspiración, tras la experiencia devastadora de varias décadas bulímicas— expresó esta actitud suscribiendo el lema feliz de E.F. Schumacher, ‘lo pequeño es hermoso’. En la que fuese divisa de una generación latían ecos del reduccionismo lingüístico de las vanguardias y de su empeño en atender las necesidades de la mayoría —del ‘menos es más’ al ‘existenzminimum’—, pero filtrados por una nueva ética ecológica de sabor libertario, que intentaba hacer compatible la ley de hierro de la entropía con las pulsiones de una economía libidinal. Entonces como hoy, lo pequeño era hermoso porque prescindía de lo superfluo, pero también porque permitía sobrevivir al margen de un sistema basado en el hiperconsumo, para perseguir las utopías íntimas de la ley del deseo. 

La actual crisis económica, que afecta de forma singular a nuestro país, al sector de la construcción y a los jóvenes, hace especialmente urgente la delimitación de escenarios que nos ayuden a enfrentarnos con esta tormenta perfecta, sin duda la más devastadora que hemos tenido ocasión de experimentar desde el nacimiento de esta revista, hace ahora cinco lustros. Con este número cerramos nuestro año veinticinco, y hemos querido señalar la efemérides con cincuenta obras mínimas que acaso sirvan de ejemplo y de estímulo para los jóvenes arquitectos que inician su itinerario profesional en un entorno de extrema dificultad e incertidumbre. Las realizaciones se agrupan en diez capítulos, y cada uno de ellos se inicia con una obra pequeña de un autor grande, reclamando la ayuda de la historia para construir un relato de optimismo y esperanza. Lo pequeño puede ser grande si la dimensión material no limita el tamaño de la ambición, la intensidad del esfuerzo y la altura de la excelencia: estas arquitecturas mínimas son obras máximas, porque nuestra disciplina es una cosa mentale, y su belleza reside en la inteligencia. 

Luis Fernández-Galiano


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