Frente al aparato de un Fernández o un Martínez Montañés, Luisa Roldán siempre fue más celebrada por su dominio de la pequeña escala y la primorosa factura de sus figurillas de barro, que algunos vieron «más propia de su condición y sexo». Algo que se encarga de desmitificar el Museo Nacional de Escultura en una completa retrospectiva que demuestra cómo esta artista que derribó muchas barreras en su tiempo —Carlos II la nombró escultora de cámara y el tratadista Antonio Palomino la equiparó a su padre, el famoso Pedro Roldán— abordó temas, materiales y formatos diversos con gran talento.