La tendencia que parecía haber adoptado el Premio Pritzker reconociendo en sus últimas ediciones a Alejandro Aravena o Shigeru Ban no hacía presagiar que los galardonados este año iban a ser RCR, un trío cuya arquitectura radical a priori no parece encajar bien con el espíritu social y comprometido de los tiempos que corren. El compromiso de RCR, con todo, no deja de ser grande, aunque sea fundamentalmente con la arquitectura y los lugares, y esto hace que este Pritzker —cuyo jurado ha presidido otro arquitecto que ha hecho de lo local su bandera, Glenn Murcutt— suponga en cierto modo una vuelta a la perspectiva ecuménica característica del premio desde que se fundara en 1978. Este Pritzker es además una buena noticia para una arquitectura española desmoralizada por la crisis, y que no se había hecho con el galardón desde que en 1996 lo recibiera Rafael Moneo.

Fundado por Rafael Vilalta, Carme Pigem y Ramon Vilalta en 1988, RCR arquitectes han sido siempre fieles a su localidad de origen, Olot, un pueblo de prosapia industrial enclavado en el paisaje volcánico de la Garrotxa, en el que ha creado un entorno de trabajo concentrado y radical. Esta capacidad de crear obras con raíces locales y lenguaje extremo —lo que Luis Fernández-Galiano, en el artículo que se incluye en este número, denomina «la rauxa romántica» combinada con «el rigor racional»— ha sido uno de los argumentos esgrimidos por el jurado del premio, que ha declarado que el trabajo de RCR «demuestra un compromiso irrenunciable con el lugar, para crear espacios que están en relación con sus contextos». El jurado ha destacado asimismo el carácter ‘colaborativo’ de RCR —es la primera vez que el Pritzker premia a un trío de arquitectos—, así como su manera de «armonizar la materialidad y la transparencia».

La ceremonia de entrega de este inesperado pero celebrado premio tendrá lugar en el Palacio Akasaka de Tokio el próximo 20 de mayo.