Necrológicas 

Un sabio equilibrista

Kurt W. Forster, 1935-2024

Necrológicas 

Un sabio equilibrista

Kurt W. Forster, 1935-2024

Luis Fernández-Galiano 
08/01/2024


Foto cortesía del CCA

Balanceándose sobre el trampolín de su piscina, mientras se dirigía a los scholars del Getty Center durante una cena de despedida en el verano de 1990. Así quiero recordar a Kurt Walter Forster, el gran historiador suizo de la arquitectura, que murió el 6 de enero en su casa de Nueva York. Aquella performance teatral en Los Ángeles, que nos tuvo tan pendientes de su fluida oratoria como del riesgo de la caída, resume bien una trayectoria intelectual que caminó con aplomo por el alambre que une la erudición renacentista con las vanguardias contemporáneas. El trapecista había nacido en Zúrich en 1935, y su formación como historiador en Berlín y Múnich le dio una familiaridad con Alberti, Palladio o su amado Giulio Romano que profundizó en Italia y desarrolló como profesor en las universidades de Yale (1960-67) y Stanford (1967-82), pero su conocimiento íntimo de la arquitectura del Renacimiento no le impidió aproximarse con curiosidad y con pasión a la del siglo XX.

Su larga residencia californiana le vinculó a los arquitectos de la Costa Oeste, y cuando en 1984 se convirtió en el primer director del Getty Center for the History of Art and the Humanities, Frank Gehry sería objeto de su más ambicioso proyecto de investigación, que daría lugar en 1990 a minuciosos artículos en Arquitectura Viva y en la monografía de AV dedicada al arquitecto, culminando en 1998 con el volumen que publicó en Electa junto a Francesco Dal Co. Esta fascinación por la vanguardia americana —que incluía desde luego a Peter Eisenman, para cuya monografía en AV redactó en 1995 el texto más extenso de los publicados— supo hacerla compatible con el formidable empeño académico de la serie ‘Textos y Documentos’ del Getty, editada por Julia Bloomfield, para la que tuvo el apoyo de Thomas Reese y Harry Mallgrave, y donde aparecerían obras esenciales de Otto Wagner, Winckelmann, Piranesi, Le Roy, Riegl, Warburg, Burckhardt o Semper.

Tras dejar el Getty en 1992, se incorporó a su alma mater la ETH para dirigir en Zúrich el Instituto de Teoría e Historia de la Arquitectura, donde se jubiló en 1999. Su inquietud intelectual y su amor a Italia le animaron a continuar su carrera docente como director de la Academia de Arquitectura de Mendrisio, pero su enfoque no resultaría compatible con el liderazgo político de Mario Botta y el artístico de Peter Zumthor, así que al poco regresó a Estados Unidos, donde Robert Stern le encomendó el programa doctoral de Yale. En 2004 escribió aquí sobre el centenario de Giuseppe Terragni, una figura especialmente próxima para Forster por el vínculo con su nieta Elisabetta, y ese mismo año actuó como director de la Bienal de Venecia, donde un jurado que tuve el honor de presidir concedió el León de Oro por una carrera a otro devoto de Terragni, Peter Eisenman, y el de obras al museo de Kanazawa de SANAA, dos galardones en sintonía con el espíritu experimental del comisario de la muestra.

Siempre con un pie en la historia y otro en lo contemporáneo, en 2018 pudo al fin rematar un libro sobre Schinkel que llevaba décadas en gestación, mientras su atención generosa a los arquitectos que habían compartido su trayecto en el mundo le llevó a redactar para Arquitectura Viva las despedidas de Oswald Mathias Ungers, Paul Rudolph o Arata Isozaki. En 2022 me escribió sobre su diagnóstico de cáncer, pero el tratamiento no le impidió seguir activo hasta el final, escribiendo textos tan emotivos como el que publicó en el último número de esta revista sobre Giovanni Chiaramonte, mostrando la misma agudeza intelectual y visual que en su texto de AV sobre Andreas Gursky dos décadas antes. El día de la Epifanía la historia ha perdido el brillo áureo de su investigación, los arquitectos el humo fragante de sus escritos y sus amigos el aroma hipnótico de su palabra: oro, incienso y mirra que quiero imaginar reunidos en torno a una plancha oscilante sobre el agua hace ya treinta y tres veranos.  

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