El arquitecto que murió a los 91 años poco antes de concluirse el año pasado fue una figura única no solo en su Japón natal sino en el mundo entero. Con aspecto de personaje de una película de Kurosawa, siempre estaba dispuesto a adoptar nuevos papeles y a la vez conservar las cualidades más elogiadas de sus actuaciones anteriores. Pertenecía a una cultura que había sido milagrosamente capaz de superar el horror y la devastación de la guerra con su industria, su gastronomía y su estética. Los coches, el sushi y las películas japonesas alcanzaron reconocimiento mundial, al igual que el art nouveau había fundido su fluidez con las estampas ukiyo-e y, hace menos tiempo, los diseñadores gráficos occidentales abrazaban el rico imaginario del manga...[+]