(1933-2000)
Construir puentes ha sido la ocupación vital de José Antonio Fernández-Ordóñez, y muchas de sus realizaciones como ingeniero de caminos son indisociables ya de la imagen de sus respectivos entornnos. El puente atirantado de Alcoy, el del Centenario en Sevilla o el paso elevado sobre el madrileño Paseo de la Castellana, bajo el que se habilitó el museo de esculturas al aire libre, son tan sólo algunos de ellos. Pero más allá de la obra civil, este ingeniero ha tendido sobre todo puentes entre la técnica y las Bellas Artes, desde la cátedra de Estética en la Escuela de Caminos, como miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y principalmente como presidente del patronato del Museo del Prado, un cargo que desempeñó hasta su muerte y desde donde promovió la reordenación de las colecciones, la rehabilitación del edificio de Villanueva y su polémica ampliación. El rápido desarrollo de su enfermedad le ha impedido concluir una pasarela en la ría de Bilbao y el puente sobre el Duero que enlaza Gaia con Oporto, así como el que probablemente fuera su proyecto más querido, la gran oquedad excavada por el escultor Eduardo Chillida en el corazón de la montaña de Tindaya.