Ni la polémica generada en la opinión pública, ni el apoyo de los arquitectos locales, ni tan siquiera el aparente propósito de enmienda demostrado por la alcaldesa han cambiado la decisión de Norman Foster: su Fundación no se ubicará en Madrid. Esta ha sido la lamentable conclusión de un proceso que comenzó en junio de 2013, cuando Foster compró a Bankia, por nueve millones de euros, el antiguo palacete del duque de Plasencia, construido en 1902 por Joaquín Saldaña, uno de los arquitectos preferidos de la aristocracia madrileña. Con un coste de quince millones de euros, el proyecto pretendía rehabilitar el edificio de 1.700 metros cuadrados y añadirle un nuevo pabellón de tres plantas, para albergar en el conjunto buena parte del archivo profesional del arquitecto, así como su valiosa colección de arte y diseño. Apoyado por el ayuntamiento —que lo presentó como una «inversión estratégica»—, el proyecto fue informado positivamente en noviembre de 2013, pero, una vez remitido a la CIPHAN (Comisión Institucional para la Protección del Patrimonio Histórico-Artístico y Natural), esta rechazó la propuesta de conectar el nuevo y el viejo edificio a través de una pasarela. Como añadir un segundo núcleo de comunicaciones hubiera consumido parte del escaso espacio expositivo disponible, la decisión volvió inviable el proyecto. Foster busca ahora un lugar más propicio: probablemente Londres o Nueva York.