Premios 

El islam amigo

El Parlamento de Escocia, obra póstuma de Miralles, se ha inaugurado con admiración por su lírico lenguaje y polémica por su descontrol presupuestario.

Luis Fernández-Galiano   /  Fuente:  El País
30/04/2005


El premio más generoso de la arquitectura es también el más simpático. Dotado con 500.000 dólares y otorgado cada tres años, el Premio Aga Khan no se concede a los autores de los proyectos sino a las obras mismas, de manera que —junto a los arquitectos— se reconozca la importancia de promotores y clientes; centrado en realizaciones destinadas a poblaciones musulmanas, su ámbito geográfico prioritario es un cinturón cálido donde prolifera la pobreza, por lo que las obras seleccionadas suelen prestar atención a la adecuación climática y a la tecnología apropiada; y preocupado por la dimensión ética y cultural de la arquitectura, su palmarés ha desbordado los límites habituales de la edificación nueva para extenderse a la restauración monumental, la rehabilitación urbana o la vivienda de emergencia. Plural, regionalista y responsable, el premio que otorga el imán de los musulmanes ismaelitas —líder espiritual hereditario de alrededor de 35 millones de creyentes dispersos por el mundo— es un galardón ejemplar en los criterios, riguroso en el proceso de selección y modélico en su jurado, por el que han pasado Tange, Stirling, Venturi, Gehry, Eisenman, Siza o Zaha Hadid, y del que ha formado parte, en esta última edición, el catalán Elías Torres.

La escuela primaria de Gando, en Burkina Faso, está formada por tres aulas de adobe protegidas por una cubierta de chapa plegada, que se sostiene con una estructura estérea y ofrece sombra al porche perimetral y a los vacíos intermedios.

Parece insólito que sea un dirigente religioso el promotor de este reconocimiento cultural: no resulta fácil imaginarse al Papa o al Dalai Lama poniendo en marcha un premio de arquitectura. Pero este musulmán chiíta nacido en Ginebra y educado en Harvard —descendiente de Mahoma a través de su hija Fátima, y heredero simbólico de los logros científicos e intelectuales de la dinastía Fatimita— pertenece a una familia que en sus últimas generaciones ha estado vinculada a la cooperación internacional en el marco de la Liga de las Naciones, presidida por su abuelo, y las Naciones Unidas, donde su tío, hermano e hijos han desempeñado cargos relevantes. Esta tradición de servicio subyace al conjunto de instituciones que forman la red de desarrollo Aga Khan, dedicadas a la mejora de las condiciones de vida en las zonas menos prósperas del planeta, y que abarcan desde la arquitectura, la educación y la salud hasta la promoción industrial o turística, el desarrollo rural y la financiación a través de microcréditos. Sólo en este contexto puede entenderse bien la singularidad de un premio que espontáneamente suscita admiración y simpatía, pero que en su novena edición ha desdibujado algo sus perfiles, trasladando su énfasis —tras la total renovación del comité de dirección y el jurado— de la responsabilidad social y ecológica a la experimentación técnica y simbólica.

Entre los siete proyectos proclamados el 27 de noviembre, en el curso de un acto en Nueva Delhi presidido por el Primer Ministro de la India y el Aga Khan, se encuentran las Torres Petronas, la pareja de rascacielos construida entre 1993 y 1999 en Kuala Lumpur por la oficina del argentino afincado en Estados Unidos César Pelli para suministrar un icono arquitectónico del auge económico impulsado por el petróleo en la Malaisia de Mahatmir Mohamed: dos colosos cuyo récord mundial de altura y elegante evocación de la tradición islámica han dado una popularidad pintoresca —reforzada por su protagonismo en películas como la que hizo a Sean Connery y Catherine Zeta-Jones ejecutar acrobacias imposibles en sus cumbres vertiginosas—, pero que ilustran mejor la representación del poder que la sensibilidad social. Una circunstancia menos destacadamente presente en la otra gran obra de esta convocatoria, la Biblioteca de Alejandría, el monumental disco inclinado terminado hace dos años por el estudio noruego Snøhetta tras ganar en 1989 el concurso convocado por el gobierno egipcio y la Unión Internacional de Arquitectos: un formidable emblema cultural y un hito urbano cuya culminación ha impulsado la carrera del joven despacho escandinavo, elegido recientemente para diseñar uno de los edificios simbólicos de la Zona Cero neoyorquina.

La casa B2, una residencia de vacaciones en la costa turca del Egeo, utiliza materiales vernáculos y técnicas sencillas para conformar un mirador integrado en el entorno que se cierra herméticamente en ausencia de ocupantes.

Tres de los proyectos restantes se sitúan en la línea alternativa de anteriores ediciones celebrando la excelencia conseguida con medios modestos. La escuela primaria de Gando, en Burkina Faso —tres escuetas aulas de adobe con porches intermedios y un liviano sombrero de chapa plegada— fue construida por los propios habitantes de la aldea bajo la dirección del hijo del jefe tribal, Diébédo Francis Kéré, que mientras estudiaba arquitectura en Berlín logró financiación filantrópica para llegar a levantar una estructura ejemplar en su compromiso social, adecuación climática y depuración formal. Semejante en la combinación de técnicas locales y rigor geométrico es la casa B2, proyectada por Han Tümertekin como refugio de fin de semana en la costa del Egeo para dos hermanos residentes en Estanbul, y que con materiales humildes conforma un mirador minimalista de singular dignidad y solemne sencillez. Por su parte, el prototipo de refugio de sacos de arena —desarrollado en California por el arquitecto iraní Nader Khalili, y utilizado en diferentes programas de las Naciones Unidas— emplea éstos en hiladas circulares que se cierran para formar cúpulas, y el conjunto se refuerza con alambre de espino, de manera que los materiales habituales del conflicto armado se ponen al servicio de la emergencia humanitaria.

Finalmente, y también en continuidad con ediciones previas, esta convocatoria incluye dos proyectos de intervención en el patrimonio. La restauración de la mezquita de Al-Abbas, un delicado cubo minuciosamente decorado construido en Yemen en el siglo xii, fue llevado a cabo con especial rigor por la francesa Marylène Barret durante diez años que coincidieron con una etapa de precaria estabilidad política en el país. Y el programa de regeneración de la ciudad vieja de Jerusalén, ejecutado por una asociación suiza que procura asegurar la ecuanimidad en un entorno desgarrado por el odio y la violencia, ha llevado a cabo más de 160 proyectos de rehabilitación para mejorar las condiciones de vida de la población palestina y mantener el valor cultural y la belleza física de un medio urbano de excepcional importancia para tres religiones diferentes, y enclavado en un territorio que acumula demasiada historia para su escasa geografía. Si se recuerda que el líder de los 19 terroristas suicidas de las Torres Gemelas era un arquitecto, Mohamed Atta, que se declaraba enemigo de la modernidad cosmopolita y redactaba su tesis doctoral en Hamburgo sobre el patrimonio urbano del mundo árabe, se comprende hasta qué punto los premios Aga Khan pulsan las fibras nerviosas de un Occidente que insiste en ver al musulmán como ‘el otro’, pero también las de un universo islámico dividido por abismos tan extremos como los que separan los rascacielos del petróleo y un iglú de arena.

The restoration in Yemen of the Al Abbas mosque or the rehabilitation of the old city in a Jerusalem torn by conflict contrast with the dome-shaped prototype of emergency shelter made of sandbags reinforced by barbed wire.


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