Tras diez años de obras y no pocas polémicas, el 11 de enero abrió sus puertas la Elbphilharmonie de Herzog & de Meuron con un concierto inaugural a cargo de la Orquesta Sinfónica de la NDR (radiotelevisión pública del Estado de Hamburgo), dirigida por Thomas Hengelbrock, al que siguió un festival de tres semanas con la participación de la Sinfónica de Viena y la Sinfónica de Chicago. Los 2.100 asistentes al concierto —seleccionados mediante un sorteo público entre 300.000 solicitantes— pudieron comprobar así la excelencia acústica de la sala principal, una concha compuesta, a la manera de la Philharmonie de Scharoun, por «terrazas de viñedo» y cuyo diseño ha contado con la participación del mayor experto mundial en acústica, Yasuhisa Toyota, colaborador en otras obras de referencia como la Filarmónica de París o el Walt Disney Concert Hall de Los Ángeles. En cualquier caso, la acogida de público y crítica ha sido extraordinaria, y el dato capital de que el edificio ha costado diez veces más de lo previsto (unos 800 millones de euros) parece comenzar a relativizarse por el efecto que se prevé que tenga la Elbphilharmonie en Hamburgo, la pujante segunda ciudad de Alemania, que aspira a ampliar su oferta portuaria y comercial con nuevos iconos turísticos. En este sentido, lo que el Guggenheim fue para la Bilbao quizá pueda serlo también la Elbphilharmonie para la poderosa ciudad hanseática.