El Golfo Pérsico se encuentra actualmente en primera línea de una modernización galopante: una febril producción de materia urbana en lugares donde hace sólo medio siglo los nómadas vagaban sin ser molestados.
El Golfo, cuyo desarrollo inicial fue impulsado por el descubrimiento de yacimientos de petróleo, experimenta un proceso de hiperdesarrollo destinado a afrontar el inminente agotamiento de los pozos.
El Golfo está en construcción ahora. Esto significa que su desarrollo está inevitablemente basado en el repertorio de los prototipos urbanos actuales —conjunto residencial (cerrado y temático), hotel (temático), rascacielos (el más alto), centro comercial (el mayor), aeropuerto (duplicado)—, unidos por Espacio Público, y a los que pronto se unirán el hotel boutique y el museo franquicia.
En su estado actual, el Golfo es un territorio que cuenta con enormes medios y una gran ambición, traducidos en un esfuerzo titánico cuyos resultados son ambiguos y muy a menudo decepcionantes; una especie de acto de despedida de una ‘urbanidad’, que se ha vuelto disfuncional por caduca y carente de inventiva.
Pero precisamente por ese motivo —ya sea una inevitabilidad histórica o una pura coincidencia temporal—, el Golfo será el territorio donde deberá lidiarse la actual crisis de la metrópolis. Las limitaciones del repertorio arquitectónico del momento son tan evidentes, absolutas y destructivas que resulta impensable pensar en ellas como herramientas para solucionar nada.
A la larga, el Golfo reinventará lo público y lo privado: el potencial de las infraestructuras para promover la totalidad en vez de favorecer la fragmentación; el uso y abuso del paisaje: ¿golf o medio ambiente?; la coexistencia de muchas culturas en una nueva autenticidad en lugar de la modernidad occidental por defecto; experiencias en lugar de Experience™: ¿ciudad o resort?
Ya no quedan lugares en el mundo donde empezar de cero. Vivimos en un tiempo de remates, no de nuevos comienzos.
Como un lienzo virgen, el mary la arena del Golfo Pérsico proporcionan la tabula rasa definitiva sobre la que inscribir nuevas identidades: palmeras, mapamundis, capitales culturales y centros financieros.
Occidente descuida por partida doble esta tierra de oportunidad: rechaza tomar en serio una realidad cuyos orígenes están de hecho en la propia sociedad occidental y, en consecuencia, es incapaz de detectar el advenimiento de un fenómeno global.
El crecimiento del Golfo, como ya ocurrió con Singapur y China en los años ochenta y noventa, ha sido recibido con menosprecio: ‘Las Vegas en Arabia’ (Brown Journal), ‘Lawrence suburbano’ (Forbes), ‘una burbuja de endeudamiento’ (Time), ‘un skyline colocado con crack’ (Vanity Fair), y—la más crítica— ‘Walt Disney más Albert Speer’ (Mike Davis), parafraseando la condena formulada hace quince años de Singapur como ‘Disneylandia con pena de muerte’ (William Gibson). El reciclaje de la fatwa de Disney dice más del estancamiento de la imaginación de los críticos occidentales que de la realidad de las ciudades del Golfo.
Ser crítico hoy es lamentarse de la exportación de ideas que no han sabido combatirse en su lugar de origen. Paradójicamente, casi todos los fenómenos que estos críticos deploran provienen y se han convertido en norma en sus propios países.
¿Es posible ver la transformación en curso en el Golfo en sus propios términos, como un extraordinario intento por cambiar el destino de toda una región?
El Golfo, sin embargo, no sólo se está reconfigurando: está reconfigurando el mundo. Las ciudades del Golfo han estado sintetizando versiones de la metrópolis del siglo XXI, y ahora exportan sus propias fórmulas, de escala también colosal, a las partes del mundo donde la modernidad no ha llegado aún, de Marruecos a Tailandia.
Esta agresiva campaña de exportación de un nuevo urbanismo—a lugares inmunes a las anteriores misiones de la modernidad, o ignorados por ellas— puede ser la oportunidad definitiva de trazar un programa renovado para el urbanismo actual. ¿Aprovechará la arquitectura esta última ocasión?