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Del Golfo a La Meca. Desde la costa de los emiratos hasta el casco histórico de la ciudad santa, las poblaciones de la península arábiga se han propuesto diversificar las fuentes de ingresos hasta ahora centradas en las menguantes reservas de petróleo y de gas natural. Los enormes beneficios obtenidos se invierten en grandes operaciones inmobiliarias empeñadas en la construcción de espacios hedonistas y globalizados en los que el principal protagonista es el huésped para el que se prepara un espectáculo insólito.
Sumario
Rafael de La-Hoz
Condiciones extremas
Mike Davis
Paraíso siniestro
Javier Montes
Y en Arcadia, los egos
Brigitt Schultz
Santuario sitiado
Qatar. Este rico emirato aspira a convertirse en el centro del pensamiento del Golfo gracias al desarrollo de una prestigiosa universidad multicultural.
Abu Dhabi. Capital de los Emiratos Árabes Unidos, fue planificada en los años setenta siguiendo un modelo de ciudad ideal para 600.000 habitantes. Hoy, con casi el doble de población, y saturada la trama ortogonal trazada entonces, ha iniciado un proceso de expansión hacia las islas vecinas. La operación más emblemática se localiza en la isla de Saadiyat, para la que se ha diseñado un distrito cultural que cuenta con sucursales del Guggenheim y del Louvre.
Dubai. Con la vigésima parte de las reservas de petróleo de Abu Dhabi, Dubai ha descubierto un nuevo filón en el turismo de lujo. Impaciente por seducir a visitantes e inversores, la ciudad busca batir récords en todos los proyectos que emprende, lanzándose a la construcción insomne de una metrópolis de ficción.
Ras al Khaimah. En un privilegiado enclave natural con montañas y playas de arena blanca, este emirato se suma al crecimiento acelerado de sus vecinos, aunque apostando por un turismo más respetuoso con el entorno.
Nouvel, Torre de oficinas
Isozaki y otros, Campus ECQ
Gehry, Museo Guggenheim
Nouvel, Museo del Louvre
Hadid, Teatro
Ando, Museo del Mar
Foster, Mercado Central
La-Hoz y Lamela, Torre
Lamela, Banco Islámico
Nouvel, Ópera
Hadid y Schumacher, Torres
RUR, Torre O14
A-cero, Torre Wave
Snøhetta, Edificio Gateway
OMA, Complejo turístico
OMA, Centro de Convenciones
Argumentos y reseñas
Del Pritzker al Mies. El director de la Bienal de Venecia que concediera el León de Oro a Richard Rogers ofrece su visión del lord inglés; por su parte, una entrevista muestra la evolución de la obra de Mansilla y Tuñón.
Arte / Cultura
Ricky Burdett
Un Pritzker al compromiso
Luis Fernández-Galiano
Tras el Mies al MUSAC
Modernos centenarios. El autor de una monografía sobre Eero Saarinen y un crítico latinoamericano especialista en la extensa obra de Óscar Niemeyer analizan el significado de estos dos maestros de la modernidad americana.Antonio Román
Otra modernidad
Roberto Segre
Cien años de soledadFilósofos y arquitectos. La reciente publicación de un libro dedicado a la cabaña de Martin Heidegger en la Selva Negra invita a reflexionar sobre los estrechos vínculos que unen filosofía y arquitectura.Historietas de Focho
Lacaton y Vassal
Autores varios
LibrosÚltimos proyectos
Tres obras de Steven Holl. Dos propuestas muy diferentes —un prisma ajustado entre dos edificios y un volumen de geometría libre— para sendas sedes universitarias en Nueva York y Iowa son objeto del examen de Frampton. Goldberger, a su vez, comenta la recién inaugurada ampliación del Museo Nelson-Atkins en Kansas, una compleja intervención sobre una obra de 1933 en la que un conjunto de cinco piezas de vidrio integradas en la colina establecen un diálogo con la construcción original.
Técnica / Diseño
Kenneth Frampton
Prometeo en dos escuelas
Paul Goldberger
Hielo en la hierba
Steven Holl
Higgins Hall, Nueva York
Escuela de Arte, Iowa
Museo Nelson-Atkins, Kansas
Para terminar, Koolhaas se ocupa del boom de los emiratos del Golfo, y propone una valoración libre de prejuicios sobre un fenómeno global que se interpreta como la última oportunidad para el actual urbanismo.Resumen en inglés
From the Gulf to Mecca
Rem Koolhaas
El Golfo
Luis Fernández-Galiano
Próximo Oriente
El Golfo Pérsico fue primero petrolífero, después bélico y hoy inmobiliario, pero pozos, portaaviones y rascacielos son términos de la ecuación que vincula energía, guerra y construcción en un triángulo vicioso. Este polvorín del planeta se urbaniza vertiginosamente con patrones occidentales y capitales globales, en el núcleo incandescente de un mundo islámico fracturado por los conflictos e impulsado a la vez por la humillación y el desafío. La aventura inmobiliaria, financiera y turística de los pequeños estados del Golfo se produce en un marco geopolítico delimitado al sur por la teocracia saudí, al norte por el Irán casi nuclear de los ayatollahs y al oeste por un rosario de crisis que desgarran desde el Líbano y la Palestina dividida entre Cisjordania y Gaza, hasta un Irak ocupado y en guerra civil.
No parece legítimo presentar las arquitecturas trofeo de estos islotes de prosperidad sin hacer referencia al océano de tormentas que los circunda, y aquí se ha querido reflejar ese contexto tanto a través de la descripción del escandalosamente desigual sistema social que los sustenta como mediante una prolongación del recorrido por la costa del Golfo hasta el interior de la Península Arábiga, con una incursión en la Meca que pone de relieve los contrastes paradójicos de la hipermodernidad wahabita, que rodea la Kaaba de rascacielos y la une con un tren de alta velocidad con Medina mientras a los diseñadores infieles de edificios o máquinas les está vedado el acceso a las ciudades santas, y mientras en la Arabia Felix del Yemen, en el extremo de la península, coexisten Al Qaeda y la miseria.
En el imaginario occidental —y más aún desde el 11-S— el musulmán es ‘el otro’, y es imposible comentar el boom inmobiliario del Golfo como una experiencia urbanística desgajada de su contexto árabe, apenas algo más que el último capítulo de los episodios de modernización ya vividos en la costa Pacífica de Asia. Los atentados islamistas han alimentado la conciencia de un conflicto de civilizaciones que en algunos países europeos entra en resonancia con sus dificultades para asimilar la inmigración musulmana, y aun con los orígenes épicos de su identidad, de La Chanson de Roland al Cantar de Mío Cid. Propugnar la existencia de una civilización islamocristiana, evocando el éxito del término judeocristiano para combatir el antisemitismo, resulta ser una hipótesis tan bienintencionada como equívoca.
La arquitectura espectáculo y el urbanismo genérico del Golfo son frutos bastardos y tardíos de la modernidad occidental: no hay nada tan parecido a una feria inmobiliaria en Kuwait o Dubai como otra en Londres o Cannes. Entretanto, Occidente y el Islam se enredan en una madeja de malentendidos y reproches que se extienden del uso del velo o las caricaturas de Mahoma al discurso del Papa en Ratisbona, y que tienen su dimensión arquitectónica en las polémicas sobre los minaretes en Suiza o Alemania y en los desacuerdos sobre la construcción de mezquitas en Gran Bretaña, Holanda o España. Son guerras de religión similares a las de católicos y protestantes, y si el Golfo ofrece el borrador de una convergencia material y simbólica, acaso el Próximo Oriente sea nuestro ominoso próximo futuro.