Libros 

Proyecto Japón

El Metabolismo según Koolhaas

Rem Koolhaas 
31/08/2011


¿Qué es un movimiento? ¿Una forma de conspiración? ¿Un banco de peces que cambia súbitamente de dirección? ¿Una suerte de número de trapecista? ¿Una pirámide humana inestable? ¿O simplemente una crisis que estalla entre genios, y que hace impensable continuar con los viejos métodos?

Casi a modo de un libro de texto, Project Japan reconstruye la historia del Metabolismo, el último movimiento que cambió la arquitectura. El libro documenta sus concienzudos preliminares, el ensamblaje de sus componentes —en este caso fundamentalmente humanos—, sus objetivos, su contenido revolucionario, su estallido, la amplitud de su influencia, y su alcance global.

¿Por qué volver (y prestar atención) a un movimiento de la vanguardia japonesa surgido hace 50 años, y que desapareció 25 años más tarde en la hoguera neoliberal?

En un momento en el que la conexión entre los arquitectos y ‘su’ propia cultura ha menguado hasta la insignificancia, y que el mercado ha disuelto cualquier tejido conjuntivo entre colegas de profesión, parecía urgente escuchar a los supervivientes de un grupo de arquitectos que entendió su país y su transformación como un proyecto, que alteró su patria con herramientas nuevas pero claramente derivadas de las tradiciones, y que trabajó unido en una alianza estratégica para alcanzar mayor importancia y credibilidad, en un esfuerzo intelectual continuado que impulsó a un gran número de otras disciplinas.

A mediados de la década de 1930, Japón invadió China con el pretexto de construir una ‘Esfera de Coprosperidad en el Este de Asia’ que incluiría partes de Manchuria, Mongolia, Tailandia, Vietnam, Laos, Birmania, Filipinas e Indonesia. La ‘esfera’ ofrecía posibilidades asombrosas a los arquitectos japoneses: un continente donde empezar de cero. Diez años después, dos bombas atómicas concluyeron la destrucción de su país. Para sellar la humillación, las fuerzas de ocupación americanas impusieron la democracia a los perdedores. Los mismos arquitectos y urbanistas que en los 1930 habían proyectado nuevos asentamientos en los grandes espacios abiertos de países extranjeros, se enfrentaban ahora a sus propias ciudades convertidas en escombros radioactivos. De la utopía al apocalipsis en menos de media generación…

Pero la arquitectura moderna sobrevivió: al contrario que en Alemania, pero como en Italia, los valores del régimen de la preguerra se proyectaban en su lenguaje; un cambio radical en la orientación política sólo podía expresarse, irónicamente, con la misma estética...

La arquitectura es una profesión profundamente contradictoria. Sus acciones se cruzan con una enorme variedad de disciplinas sin relación entre sí; al mismo tiempo, su esencia —construir— es tan compleja que requiere una enorme concentración. Por ello, y por desgracia, está dominada esencialmente por dos tipos humanos, los ‘constructores’ y los ‘pensadores’, unidos por su mutuo desdén. Kenzo Tange fue ambas cosas.

Tange falleció en 2005, el mismo año en que comenzamos nuestras entrevistas, y se había retirado de la vida pública hacía casi una década. Como Tokio, una masa que rodea un vacío central, estas conversaciones se construyen en torno a su ausencia. Pero es un libro sobre él. Sin Tange, no hay Metabolismo. Tange aparece en las entrevistas como un personaje generoso y calculador, alguien que combina una excepcional capacidad pedagógica con una marcada generosidad hacia otras personas con talento de las que, a cambio, no duda en servirse.

Japón invadió a sus vecinos asiáticos para compartir las ventajas de lo japonés. Tange formaba parte de esta campaña. Sus proyectos ganadores en Bangkok (para un Centro Cultural Japonés-Tailandés) y en Japón eran hábiles fusiones de pensamiento tradicional y moderno: 50% pasado, 50% futuro. Sintetizado durante la guerra, este ADN híbrido supuso en el comienzo de su carrera de posguerra una ventaja táctica que explotaría como arquitecto y que inculcaría a sus estudiantes como profesor.

Dentro de una perfecta continuidad entre el Tange Lab —su base en la Universidad de Tokio— y su casa-estudio, Tange trabaja simultáneamente en tres frentes: el refuerzo del estatus social de la profesión, la credibilidad del diseño y la redefinición del arquitecto.

Tange crea un entorno, un lugar de intercambio para artistas, intelectuales y arquitectos, extranjeros o japoneses, hombres o mujeres (algo inusual para Japón en aquellos tiempos). Se descubren personas de talento, se alientan, se (re)programan, se integran, y se casan en una intimidad casi doméstica, ofreciendo a Tange indicios inestimables —profesionales y personales— de las fortalezas, las debilidades y el potencial de quienes finalmente se unirían en un ‘movimiento’, el Metabolismo.

Para Tange no era suficiente que Japón se transformase en una plataforma para la arquitectura; su mayor ambición —extrema para un arquitecto en el lado de los perdedores de la II Guerra Mundial— era presentarse como un arquitecto internacional y transmitir esa identidad, como un relevo, a la siguiente generación de colegas japoneses.

En 1960, un Japón seguro de sí mismo promueve la Conferencia Mundial del Diseño (World Design Conference), una plataforma para que sus talentos emergentes pudiesen medirse con la vanguardia internacional. Pero un gran planificador no deja huellas. Siendo así, fue quizá un golpe maestro de Tange el trasladarse a América en 1959 para desarrollar en el MIT nuevas ideas con nuevos estudiantes, dejando instrucciones a dos intelectuales de su círculo, Taka-shi Asada y Noboru Kawazoe, para que convirtiesen a sus protegidos en ‘metabolistas’.

La diversidad del grupo constituido durante su ausencia resulta sorprendente. Introvertidos opacos, poetas meditativos, carismáticos niños prodigio, feudalistas, provincianos, revolucionarios, cosmopolitas, pensadores, emprendedores, fanáticos, místicos; un inventario caleidoscópico de la psique japonesa. La suma de las obsesiones individuales de los metabolistas forma un repertorio sorprendentemente completo: abarca todas las circunstancias posibles en Japón, salvo la de una construcción sencilla sobre un terreno dado.

Tange regresa a tiempo para la conferencia, donde los jóvenes metabolistas —Kurokawa, el más joven, tiene sólo 26 años—se mezclan con arquitectos mundialmente famosos.

El momento de la primera aparición de los metabolistas como un colectivo es también, irónicamente, el del inicio de sus carreras individuales; el creciente poder económico del país genera fuerzas centrífugas que exigen agentes e identidades reconocibles.

Tres fuerzas suplementarias —la burocracia, las empresas y los medios de comunicación— refuerzan este impulso inicial. Su punto de encuentro es la ‘imposibilidad’ de Japón. El diagnóstico se basa en tres vulnerabilidades entrelazadas que, juntas, suponen un manifiesto por la transformación total del país: Proyecto Japón.

a. Ya no queda espacio en el archipiélago: fundamentalmente montañoso, las superficies disponibles para asentamientos se subdividen en un mosaico de microscópicas propiedades centenarias.

b. Terremotos y tsunamis hacen que cualquier construcción sea precaria; concentraciones urbanas como Tokio y Osaka pueden sufrir catástrofes potencialmente devastadoras.

c. La tecnología y el diseño modernos ofrecen posibilidades para la superación de las debilidades estructurales de Japón, pero sólo si son aplicados de forma sistemática, casi militar, buscando soluciones en todas direcciones: sobre tierra, en el mar, en el aire…

Un joven graduado del Tange Lab decide no hacerse arquitecto, sino burócrata. Y no en el sentido aburrido del término —Atsushi Shimokobe recorre el Tokio de los 1960 en un Ferrari rojo—, sino como un agente infiltrado en un puesto que le permite encauzar el futuro de su país. (Ningún arquitecto llega tan lejos en la burocracia japonesa: en 1977, Shimokobe es nombrado viceministro de la Agencia Nacional del Suelo).

Desde esa posición, Shimokobe contribuye a hacer de Tange, a veces mediante métodos ilegales, un ‘ganador’ internacional, una figura icónica en cuya estela operan los metabolistas. Apoya de forma sistemática a los estudiantes de Tange, dándoles encargos que corresponden con sus fascinaciones personales, trabajando sobre tierra, sobre el agua o en el cielo. Shimokobe maneja los hilos entre bastidores y lleva la teoría a la práctica.

Las empresas lo aprueban. Una América nerviosa llama al contubernio entre la burocracia y el mundo de los negocios ‘Japan S.A.’; El Metabolismo, adoptado en el WoDeCo, es uno de sus vigorosos vástagos.

Al borde de la década de 1960, los medios de comunicación descubren la arquitectura o, al menos, a los arquitectos. Puesto que el futuro de la nación depende aparentemente de ellos, los arquitectos japoneses están dotados de un glamour especial. Tange interpreta en los estudios de televisión el papel de jefe transformador de Japón como si fuera un amable Howard Roark.

Kurokawa apunta más allá de la arquitectura; su centro de estudios puede enfrentarse ahora a cualquier problema: con él mismo como modelo, Kurokawa contribuye a una nueva masculinidad japonesa. Los dos dandis gemelos, Kurokawa y el escritor Mishima, elegantes samuráis modernos, comparten una puesta en escena que define el nuevo espectro de lo masculino: espejos, humo, lámparas de araña, trajes angulosos, corbatas estrechas, kimonos, espadas… Decadencia occidental y purismo oriental sintetizados sin esfuerzo.

La Expo 70, la primera en Asia, es una apoteosis del Metabolismo. La ‘Gran Cubierta’ de Tange, un patio de recreo donde se cruzan robots anárquicos, da la bienvenida a la mitad del continente. El espesor de la cubierta contiene una aldea de ‘miniutopías’; los pabellones individuales son un salto en el tiempo a un país metabolista del futuro.

La transformación final de Japón parece inminente: tras alcanzar el segundo puesto en las clasificaciones económicas mundiales, el Primer Ministro Kakuei Tanaka publica un Plan para la remodelación del archipiélago (1972), un texto escrito en realidad por Shimokobe.

Pero la crisis del petróleo de 1973-1974 paraliza la revolución japonesa. El Mundo Árabe muestra la debilidad estructural de Japón: los dueños del petróleo controlan su fluido vital. Irónicamente, este revés lanza al mismo tiempo a Tange, y con él a los metabolistas, a una fase final impulsada por la combinación de encargos en los países independizados de África, en un Islam en vías de modernización en el norte de África y en Oriente Medio, y en una Singapur emergente, donde por primera vez la estética metabolista se aplica a la escala de una ciudad-estado (aunque no por japoneses, sino por dotados arquitectos locales). Desde finales de los 1960 hasta comienzos de los 1990, los arquitectos japoneses, libres de asociaciones con Occidente, ofrecen una alternativa a la estética occidental en un arco que abarca desde Nigeria hasta el sudeste de Asia pasando por la península Arábiga. A medida que el Metabolismo se expande su energía se agota lentamente, siendo finalmente absorbida por la globalización indiferenciada de finales del siglo XX.

Ha sido una experiencia apasionante conocer, en este momento de mi vida, a los protagonistas de un movimiento del pasado y compartir sus confidencias; un memento mori radical prolongado durante seis años de entrevistas, una confrontación con la mortalidad en una profesión que aspira a la vida eterna…. Quizá la vejez precise más de una estrategia que ninguna otra etapa de la vida. De forma conmovedora, las charlas demostraron que es más importante aprovecharse de las propias limitaciones que sobrevivir a nuestro talento. A medida que la memoria se debilita, la imaginación es la única opción. Rem Koolhaas (traducción del texto introductorio ‘Movement (1)’, del libro Project Japan. Metabolism Talks)  


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