El arte de construir la hospitalidad

Cristián Undurraga 
30/09/2019


Cristián Undurraga, Ciudad imaginada

Alberto Valenzuela Llanos (1865-1925) fue el pintor chileno más brillante de su generación. Influido por los impresionistas durante su estadía en París a principios de siglo XX, en sus paisajes predomina esa hora fugaz y difusa, tan propia de esa escuela pictórica , donde las texturas y los contornos se disuelven en una síntesis cromática encendida por la última luz del día.

A mi parecer, el cuadro más bello del artista es Atardecer en Lo Contador, donde vemos un paisaje rural al oriente del casco histórico de Santiago. En la pintura los cerros tutelares del valle y, más a lo lejos, la Cordillera de los Andes constituyen el telón de fondo de la magnífica geografía que rodea este territorio. En el primer plano del cuadro, el curso del río Mapocho, aún en su estado primigenio, se despliega libre y zigzagueante. Entre ambos planos, la verticalidad de un conjunto de álamos otoñales surge como contrapunto a las cumbres sinuosas de los cerros. Junto a los árboles se deja ver, enigmático y discreto, un tapial blanco coronado por tejas de arcilla: la Casa de Lo Contador.

Pero, más allá de su valor intrínseco, mi interés en el cuadro se acrecentó al percibir los vínculos biográficos que me unen a él.

Entre 1972 y 1977, en medio de una contingencia efervescente e impulsado por una vocación irreductible, acudí regularmente, como estudiante, a la casona de Lo Contador. Es allí donde viví, con particular intensidad, ese periodo de nuestra historia. Y en ese lugar mi propia historia, personal y profesional, quedó ligada para siempre a la experiencia de esa arquitectura que la pintura de Valenzuela Llanos insinúa en un estadio anterior.

En 1958, la Universidad Católica de Chile había comprado la casona de Lo Contador para transformarla en su Facultad de Arquitectura y Bellas Artes, condición que mantiene hasta hoy. La histórica iniciativa fue concebida por el entonces decano de la facultad, Sergio Larraín, arquitecto visionario que fue, además, el principal impulsor de las ideas del Movimiento Moderno en el país. No obstante lo anterior, para el decano la tensión entre tradición y modernidad no constituía un dilema, ni tampoco opciones excluyentes. Así, la lucidez de Larraín advirtió que, lejos de constituir una contradicción con los ideales que se difundían en las aulas, las características originales de la vieja casona, su sencillez y el despojo de sus muros eran valores permanentes, reveladores de una plenitud que nos iluminaba sobre lo esencial de la arquitectura... Desde esa plenitud el edificio fue, para nosotros, primero maestro y luego morada...


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