
En una ciudad de columnas bizantinas, arcos góticos y cúpulas otomanas, cruce de caminos y lugar de encuentro durante milenios, las piedras tienen mucho que contar. Lo detecta cualquiera que recorra Venecia con el ojo y el oído agudizados, esquivando gondoleros, pizzerías y souvenirs. Y lo mismo ha debido de sentir Søren Pihlmann, que en su propuesta para el pabellón danés de la Bienal en curso se ha evadido del ruido conceptual de la mostra para escuchar lo que el propio edificio murmura.
No es un planteamiento del todo original: al fin y al cabo, los pabellones de los Giardini —la mayoría erigidos hace más de medio siglo— condensan interesantes historias de diplomacia cultural e identidad nacional, y muchos comisarios las recolectan para armar intelectualmente sus discursos. Sin ir muy lejos, en la Bienal de Arte de 2022 Alemania desmanteló parte del interior para poner el foco en la retórica fascista de la remodelación de 1938. Y este mismo año, Japón anima con inteligencia artificial los elementos más icónicos de su pabellón, Corea reabre la terraza superior para potenciar el vínculo con el jardín que alimentó el proyecto original y Finlandia proyecta un lacónico documental para reflexionar sobre la paradoja de Teseo que supone la reconstruida caseta de Alvar Aalto.
Pero nada de esto tiene que ver con lo que presenta Pihlmann. ‘Build of Site’ no habla de lo que ocurre en Dinamarca, tampoco de los arquitectos Brummer y Koch que diseñaron el pabellón y su ampliación. La intervención no es más que un necesario trabajo de rehabilitación, la puesta a punto de una construcción septuagenaria aquejada de desgaste y filtraciones, pero al mismo tiempo es un respetuoso canto a las cualidades del sitio. Sin afán de novedad, esta propuesta vuelve la mirada a lo que ya está ahí: grava, chapas, cascotes de hormigón y baldosas levantadas mientras se sanea el solado. Material de obra que, en un inteligente ejercicio de reaprovechamiento, adquiere un nuevo uso.
Iniciadas las labores a finales de 2024, mientras dure la Bienal los visitantes tendrán la sensación de entrar en una reforma a medio hacer, casi como en una pausa de los albañiles. Por los rincones se amontonan los escombros, las armaduras, las carpinterías desvencijadas. En las partes sin pavimento, el suelo que se pisa es irregular y queda centímetros por debajo de la cota de calle. Y, sin embargo, aquí no hay ni polvo, y ninguna operación es azarosa: esto no deja de ser una exposición. Por las salas en distinto estado de desmontaje se traza un recorrido cuidado donde bancos, rampas, peanas y una mesa de muestras se han diseñado ingeniosamente con los propios materiales de la restauración: recursos, en palabras del comisario, ‘hiperlocales’.
Así se ha hecho toda la vida, apunta Pihlmann, pues los artesanos siempre han buscado en su alrededor más inmediato las materias primas de su trabajo. El pabellón danés se posiciona así contra la cultura de usar y tirar que suele darse en las exposiciones temporales, y se esfuerza por dar sentido a todo residuo que va generando la obra. La idea parece sencilla, pero su formalización ha contado con la colaboración de escuelas de arquitectura, investigadores de materiales y constructores, que han manejado tecnología puntera para sacar el mayor partido a los componentes. Por ejemplo, cada una de las losetas de piedra de Istria se analizó para entender cómo habían sido cortadas en la cantera y prever su fragilidad antes de reutilizarlas, en tanto que unos ensayos con ultrasonidos ayudaron a determinar la resistencia de los forjados de hormigón que se quería recortar en tiras.
A medio camino entre cuarto de maravillas y laboratorio de muestras, todo se coloca meticulosamente en torno a un expositor central hecho con jirones de suelo, donde una serie de cuadernos documenta con un nivel de precisión obsesivo cada encuentro y detalle constructivo del edificio. En las otras salas, un documental producido por el canal de televisión del Museo Louisiana y una pequeña publicación con la participación del poeta Adam Dickinson desgranan el proceso de dos años y entroncan la experiencia veneciana con otros trabajos de Pihlmann, en los que también se invita a pensar el futuro desde el presente, con menos tecnooptimismo que creatividad.
Como cada noviembre, el fin de la Bienal habrá de dar paso a otros proyectos, pero esta vez nada saldrá del pabellón al cabo de la cita. Las obras de restauración se reanudarán y los elementos que se puedan preservar volverán a su sitio. Los que no, se triturarán y se emplearán en nuevos pavimentos de terrazo. Todo volverá a ser igual que siempre, pero ahora las piedras tendrán una nueva historia que contar.









