Bibliotecas en tiempos digitales
Escenografías del saber
‘Esto acabará con aquello’. En la profecía de Victor Hugo —que fue también la de McLuhan—, el ‘esto’ eran los libros y el ‘aquello’ las catedrales. Este proceso de destrucción creativa duró tanto como tardó en llegar la digitalización y, con ella, una nueva profecía en la que el ‘esto’ pasaron a ser los nuevos formatos electrónicos y el ‘aquello’ los viejos libros. De las dos profecías, la única en cumplirse del todo fue la de Hugo: pese al tozudo milenarismo digital, las redes no han conseguido acabar con los libros.
De hecho, los tiempos digitales han sido también aquellos en los que más libros se han publicado. Una eclosión bibliográfica que se explica por la voluntad de diversificación de las editoriales y, en especial, por la posibilidad de imprimir tiradas pequeñas y rentables gracias a las técnicas digitales, y que, si bien no ha supuesto una mejora proporcional de la calidad de los contenidos, sí ha asegurado el papel fundamental del formato libro en el sistema de la cultura.
Aunque la digitalización no haya acabado con los libros, sí ha puesto en entredicho la arquitectura sostenida en ellos: las bibliotecas. Sobre todo porque la posibilidad de hojear online todo tipo de títulos —un proceso que no ha hecho sino empezar— ha democratizado en buena parte el acceso al conocimiento, al mismo tiempo que ha vuelto anacrónica una de las funciones principales que las bibliotecas venían desempeñado desde los gloriosos tiempos de Alejandría: la de depósitos físicos de saber. Así y todo, con las bibliotecas ha pasado algo parecido que con los libros: no han dejado de ser necesarios, si bien han tenido que adaptarse al cambio de paradigma. Lo interesante es que, en la transformación de la biblioteca física en la biblioteca digital, algunos aspectos han cambiado sustancialmente en tanto que otros han tendido a perseverar o incluso a acentuarse. Entre los primeros, se ha abandonado el prejuicio de la biblioteca como marco dedicado en exclusiva a la lectura; entre los segundos, se ha impuesto la idea de la biblioteca como centro social que acoge diferentes actividades en una atmósfera definida por la escenografía de los libros, por la escenografía del conocimiento.
Se trata de un proceso que Arquitectura Viva quiso radiografiar de manera pionera hace una década (véase número 135), y del que hoy da cuenta a través de los tres ejemplos internacionales recogidos en este dossier. En el primero, la Biblioteca Estatal de Wurtemberg en Stuttgart, Lederer Ragnarsdóttir Oei convierten la arquitectura en un elemento que dota de carácter a una parte de la ciudad; en el segundo, la biblioteca municipal de Kressbronn (Alemania), Steimle Architekten tranforman un viejo granero en una nueva y visualmente poderosa dotación cívica; y en el tercero, la biblioteca de Yusuhara (Japón), Kengo Kuma recurre a las metáforas biológicas para constuir una atmósfera orgánica y amable.